Déjenme que les explique. Como ya he comentado en alguna otraocasión, yo soy una hija de la democracia. Esto viene a significar que uno crece con la conciencia de lo importante que es participar de la fiesta electoral, aunque solo sea por los inmediatos años anteriores, muchos, en los que no había la posibilidad. Uno crece consciente de su deber democrático y si no acude a las urnas en fiesta de guardar, se le forma un coágulo en la conciencia y en la responsabilidad, algo así como cuando echa la lata de sardinas en aceite a la basura normal en lugar de al amarillo por no limpiarla concienzudamente.
A lo que iba. Que yo, tras el anuncio de adelanto de elecciones y tiro porque me toca, corrí rauda y veloz a inscribirme en la agencia consular de Basilea, ramificación del consulado de España en la Confederación Helvética.
-Buenas, que venía yo a inscribirme porque quiero votar.
-Hombre, pero sea usté consciente de que inscribirse reporta muchas otras ventajas. Por ejemplo, en caso de guerra o catástrofe natural en Suiza, lo desalojamos del país.
-Ah
-Y si usté decide en algún momento regresar a España, no paga los aranceles de la mudanza.
"No insista, joven: nada de eso compensa el peazo ático de protección oficial al que podría optar en cierto pueblo de la Alcarria, con todos los puntos acumulados para regalo que tengo tras más de 25 años empadronada allí" (pienso, con gran pesar en mi corazón, mientras con un elíptico pañuelo blanco me despido de mis anhelados 90 metros cuadrados. Pero no le digo nada).
-Bueno, lo dicho: póngame cuarto y mitad de inscripción. Pero que yo lo que quiero es votar.
-Sí, sí, no preocuparse. Mire, a la que rellena la inscripción, me rellene usté la ficha esta para la petición del voto por correo.
-Hace.
Y tan campante salgo de la mentada agencia recitando el cuento de la lechera: y con esta ficha me ganaré un voto, y con ese voto, unas papeletas, y con esas papeletas, un escaño...
Al cabo de unas semanas, me llega una carta del censo electoral. Me confirma que estoy inscrita en el censo que me corresponde. Que ya me llegarán las papeletas y tal.
Cuando quedan dos semanas para el 20-N, las papeletas aún no han llegado. Llamo a la oficina del INE que me corresponde. Me cuentan que si la abuela fuma a través de partidos que impugnan las listas (o algo así), pero que esperan que ya en breve salgan las papeletas a recorrer el mundo.
La semana anterior a las elecciones, las papeletas aún no han llegado. Llamo a la oficina del INE que me corresponde. Me confirman que las papeletas ya han salido a buscar a sus mamás, como Marco. Le pido que confirme que estoy inscrita correctamente en el censo. Se advierten las gotas de sudor en la frente de la funcionaria tratando de pronunciar la germánica dirección que habito. Lo consigue. Se lo agradezco mucho. Y me quedo con mi bolso de piel marrón y mis zapatos de tacón y mi vestido de domingo esperando a que lleguen las papeletas.
El plazo para votar aquí empieza el día 16. Día en que, obviamente, no han llegado las papeletas.
Ni el 17.
Ni el 18. Este era el último día para votar. Me pregunto si las han mandado en Cercanías. Investigo. Amigos que tengo morando en Austria, Holanda et alteres tampoco han recibido sus papeletas.
Abstenerse está muy feo. Cada día se abstiene más gente. ¡No te jode! ¡Yo he perdido un ático de 90 metros cuadrados en un pueblo de la Alcarria por querer votar, y no me han dejado! Y así pues, yo me pregunto: ¿qué tipo de derecho es el del voto? ¿Es un derecho constitucional? ¿U otro? En cualquier caso: ¿a quién se puede empurar por esto y cómo? Oigo voces que se alzan al respecto del defensor del pueblo. ¡Cuenten con mi firma! Ahora que ya no tendré ático en un pueblo de la Alcarria, ¡a Estrasburgo con ellos! Qué digo a Estrasburgo: ¡a La Haya!