Efemérides

1 de febrero: Nace Norman Rockwell (1926)

sábado, 19 de noviembre de 2011

De la abstención y otras ilegalidades

Ustedes mañana acudirán a votar en masa. Yo iba a hacerlo ayer.

Déjenme que les explique. Como ya he comentado en alguna otraocasión, yo soy una hija de la democracia. Esto viene a significar que uno crece con la conciencia de lo importante que es participar de la fiesta electoral, aunque solo sea por los inmediatos años anteriores, muchos, en los que no había la posibilidad. Uno crece consciente de su deber democrático y si no acude a las urnas en fiesta de guardar, se le forma un coágulo en la conciencia y en la responsabilidad, algo así como cuando echa la lata de sardinas en aceite a la basura normal en lugar de al amarillo por no limpiarla concienzudamente.

A lo que iba. Que yo, tras el anuncio de adelanto de elecciones y tiro porque me toca, corrí rauda y veloz a inscribirme en la agencia consular de Basilea, ramificación del consulado de España en la Confederación Helvética.
-Buenas, que venía yo a inscribirme porque quiero votar.
-Hombre, pero sea usté consciente de que inscribirse reporta muchas otras ventajas. Por ejemplo, en caso de guerra o catástrofe natural en Suiza, lo desalojamos del país.
-Ah
-Y si usté decide en algún momento regresar a España, no paga los aranceles de la mudanza.
"No insista, joven: nada de eso compensa el peazo ático de protección oficial al que podría optar en cierto pueblo de la Alcarria, con todos los puntos acumulados para regalo que tengo tras más de 25 años empadronada allí" (pienso, con gran pesar en mi corazón, mientras con un elíptico pañuelo blanco me despido de mis anhelados 90 metros cuadrados. Pero no le digo nada).
-Bueno, lo dicho: póngame cuarto y mitad de inscripción. Pero que yo lo que quiero es votar.
-Sí, sí, no preocuparse. Mire, a la que rellena la inscripción, me rellene usté la ficha esta para la petición del voto por correo.
-Hace.

Y tan campante salgo de la mentada agencia recitando el cuento de la lechera: y con esta ficha me ganaré un voto, y con ese voto, unas papeletas, y con esas papeletas, un escaño...

Al cabo de unas semanas, me llega una carta del censo electoral. Me confirma que estoy inscrita en el censo que me corresponde. Que ya me llegarán las papeletas y tal.

Cuando quedan dos semanas para el 20-N, las papeletas aún no han llegado. Llamo a la oficina del INE que me corresponde. Me cuentan que si la abuela fuma a través de partidos que impugnan las listas (o algo así), pero que esperan que ya en breve salgan las papeletas a recorrer el mundo.

La semana anterior a las elecciones, las papeletas aún no han llegado. Llamo a la oficina del INE que me corresponde. Me confirman que las papeletas ya han salido a buscar a sus mamás, como Marco. Le pido que confirme que estoy inscrita correctamente en el censo. Se advierten las gotas de sudor en la frente de la funcionaria tratando de pronunciar la germánica dirección que habito. Lo consigue. Se lo agradezco mucho. Y me quedo con mi bolso de piel marrón y mis zapatos de tacón y mi vestido de domingo esperando a que lleguen las papeletas.

El plazo para votar aquí empieza el día 16. Día en que, obviamente, no han llegado las papeletas.
Ni el 17.
Ni el 18. Este era el último día para votar. Me pregunto si las han mandado en Cercanías. Investigo. Amigos que tengo morando en Austria, Holanda et alteres tampoco han recibido sus papeletas.

Abstenerse está muy feo. Cada día se abstiene más gente. ¡No te jode! ¡Yo he perdido un ático de 90 metros cuadrados en un pueblo de la Alcarria por querer votar, y no me han dejado! Y así pues, yo me pregunto: ¿qué tipo de derecho es el del voto? ¿Es un derecho constitucional? ¿U otro? En cualquier caso: ¿a quién se puede empurar por esto y cómo? Oigo voces que se alzan al respecto del defensor del pueblo. ¡Cuenten con mi firma! Ahora que ya no tendré ático en un pueblo de la Alcarria, ¡a Estrasburgo con ellos! Qué digo a Estrasburgo: ¡a La Haya!

martes, 6 de septiembre de 2011

Landeskunde der Schweiz: coleccionistas de meñiques

Yo vine aquí advertida. A mi entorno le parecía muy importante hacerme comprender que los suizos son gentes enjutas e introvertidas, no fácilmente accesibles a otros seres humanos de distinta ralea provenientes de países donde no hay bancos esculpidos en oro, que cual bichos-bola se repliegan sobre sí mismos y uno necesita en torno a dos/tres años para asentar la confianza suficiente a su alrededor de tal forma que el bicho-bola vaya sacando las patitas y le conceda a uno un amago de sonrisa y alguna que otra información al respecto de sus más íntimas vicisitudes ("pues a mí me gusta utilizar carbón vegetal para las barbacoas", "pues yo soy más de gasolina").

Yo vine aquí advertida, y yo vine aquí preparada. Y ahora no puedo sino expresar mi más rotunda queja ante la impía mentira en la que me he encontrado viviendo hasta llegar a estas fronteras.
El pueblo suizo no solo no es un pueblo padentro: el pueblo suizo se te mete hasta la cocina como no andes ojo avizor.

El primer ser humano del terruño que "conocí" me invitó a un sarao que montaba por su empresa esa misma tarde: consistía en ir a un sitio muy cool a ponerse tibio de comida y bebida, después remontar el Rin en un barcotaxi, y concluir asistiendo a un concierto a orillas del mismo río. "Siento la improvisación, pero estaría bien que te apuntaras, habrá mucha gente".
Una, que tiene ya una experiencia de la vida, puso en un montoncito el input de este caballero, y en otro montoncito el input de los que tan bien me quieren y me habían advertido sobre los usos y costumbres del lugar, y obviamente concluyó que el caballero estaba grillado y coleccionaba meñiques. Así que decliné amablemente la propuesta.

Luego conocí a otra aborígen, a la que en el futuro me referiré como "mi amiga la que bebe vinagre". En el café que nos tomamos la tarde que nos conocimos me hizo partícipe de su filia por la iniciativa que en estos momentos se intenta llevar a referendum al respecto de "parar la inmigración masiva" (esto merece tremolina aparte), porque las empresas están llenas de gente como tú que venís de fuera y apenas hay suizos. Y acto seguido, me dio una clase magistral sobre cómo conectar una lavadora a una bañera.
Esta, si no colecciona meñiques, poco le falta.

Pocos días después, uno que debía de ser un compañero de trabajo me entró por el messenger de la oficina y me invitó a ir juntos a un concierto de jazz el viernes siguiente, asín, de repente. Ante el hecho habitual de que se refiriera a mí por mi apellido en lugar de por mi nombre*, contesté amablemente que se debía de haber liao, que quería localizar a otra persona.
Que no que no, que sabía muy bien que me había escrito a mí. Perdón por dirigirse a mí por mi apellido.
Desconcierto. Huymimadre. Y este quién es. Yo no recuerdo haberle dicho a nadie que me gusta el jazz. Doy con una foto del susodicho en la intranet. Yo a este señor juraría no haberlo visto en mi puñetera vida. Huy mi madre. Verás que este sí que va a coleccionar meñiques.

Pero la palma se la lleva la situación vivida a yer. Voy cabellera al viento por la calle al encuentro de una compañera con la que he quedado para cenar, cuando de repente un individuo surgido de la nada me intercepta en plena acera y me empieza a hablar en suizo. Yo identifico que a este señor lo acaba de atisbar mi rabillo del ojo al pasar por Claraplatz, unos 100 metros atrás.
-...rrrröooosti, jjuuute' grüüüütziii...
-No tentiendo nada (le digo en perfecto castellano)
-Español?
-Sí
-Only español? English?
-Yes, English yes. Und hochdeutsch, aber kein Schweizes Deutsch. Entchuldigung. ["y alemán, pero alemán estándar, no de esto raro que habláis aquí, lo siento"]
-Ok... Na ja, ich hab' dich gerade gesehen, und ich hab' gedacht, dass du sehr sympathisch aussiesht... ["pues... es que te acabo de ver, y he pensado que parecías muy simpática..."]
-(Simpática yo, con la cara de sota que tengo! Qué bueno!) Und was brauchst du? ["y qué necesitas?"]
-aaahmm... errrr... Vielleicht könnten wir zusammen einen Kaffee trinken, uns kennenlernen... ["Este... pues... quizá podríamos ir a tomar un café, conocernos..."]
-Wenn mein Mann kein Problem damit hat, dann natürlich! ["Si mi marío no tiene problema al respecto, estupendo!"] le digo, con una simpática sonrisa.

Desconcierto durante dos milésimas de segundo. Se ríe. Me dice "pues nada, preguntale!". Me río. Pues nada venga hale hasta otra, le comunico, riéndome. Me piro. Está claro que este colecciona meñiques, tibias y riñones. Pero el caso es que a mí hacía lo menos 11 años que no me pasaban estas cosas. "Esto anima al espíritu, coño!" (pienso, mientras miro sibilinamente por encima del hombro para ver si el tipo lleva cloroformo escondido en el bolsillo).

El caso es que ahí tengo mis dos montoncitos. El de los suizos son totalmente inaccesibles y no hay dios que interactúe con ellos, y el de mis coleccionistas de meñiques. Empiezo a pensar que quizá mis advertidores tuvieron experiencias poco representativas. O la que esté teniendo experiencias poco representativas sea yo. El caso es que solo tengo dos meñiques, cuatro en el mejor de los casos. Habrá que optimizarlos.




*para el lector sin grado de consanguineidad, he de hacer notar que fuera de nuestras fronteras mi combinación de apellido y nombre resulta esquiva y nada user-friendly.

domingo, 3 de julio de 2011

Basilea, Año 0

Admirados y respetados buscadores del nirvana:

Me dirjo a ustedes en esta mi primera crónica helvética desde tierra extraña, que diría Imperio Argentina. Son en este momento las 08:58 de un domingo y permítanme indicarles que yo, dispuesta como estoy a integrarme con los aborígenes en este mi cantón de adopción, llevo despierta y consciente desde las 06:52. Consecuencias de que Suiza esté en Europa y sin embargo tenga el mismo huso horario entrando por las ventanas que nosotros, los sudacas.

Me encuentro reclinada en lo que será mi sofá durante los próximos 3 meses, en un apartamento abuhardillado resultante de haber mezclado el atrezzo de La Bohème y los muebles que Luis XIV legó a Cáritas. Y eso sí, tengo una terraza muy rebonica por la que doy gracias al cielo de que esos 3 meses de morada vayan a producirse en verano.

Pero permitanme que comience a narrarles mis impresiones desde el principio. El principio es la puerta D54 de la terminal 2 de Barajas y un mísero airbus 319 porque, la verdá, los suizos deben de estimar que mucho neutral a Madrid no ha de volar.

En el aeropuerto, bien. 10 kilos de exceso de equipaje, a 15 euros extra el kilo. Tenganlo en cuenta aquellos que deseen venir a verme. La tía del mostrador se tira el moco ("no voy a hacerle pagar a usted esta pasta"), y me cobra solo la mitad. Qué rebonica, también.

El vuelo, bien. Suiza también tiene pubertosos tardíos con anhelos ibicencos y me han tocado a mí en mi fila. No se dan cuenta los centroeuropeos de que la moda primeros años 30 les hace adquirir aspecto de nazi y no de Gran Gatsby, pero ellos sabrán, con sus flequillos repeinaos.

Al aterrizaren Zurich con mis 15 kilos de exceso ya me percato de que ahí es donde empieza Suiza y de que hay un señor en la puerta con mi nombre escrito en un cartel.
-Hola, soy yo (le digo, mientras señalo el cartel)
-Hola, sígame.
Agarra mi carrito de las maletas y tira hacia algo que ellos llaman servicio de recogida y nosotros denominamos Mercedes de la hostia. Me abre la puerta. Arranca. Hace calor. Hay muchos botones a mi alcance. Seguro que uno es el del aire acondicionado. Pero seguro que otro es el del asiento eyectable. No me arriesgo. Voy a mirar por la ventana con aire ausente.

Bosque bosque bosque bosque bosque bosque bosque bosque bosque montañas bosque montañas bosque bosque bosque ¡atasco!
...
...
...
...
bosque bosque bosque montaña bosque bosque túuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu 1/4 uuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu 1/2 uuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu 3/4 uuuuuuuuuuuuuuuuuuuuunel bosque bosque bosque montaña bosque.

Inexplecable e inesperadamente, de repente el tipo me dirige la palabra. Entre el uno noventa de altura, que feo no es, que entiendo lo que dice, y que me habla, ya no me cabe duda: este tío no es suizo. Este tío es alemán.
Efectivamente, es de Rostock. Me cuenta que lleva 10 años en Basilea. Me habla de que el año que viene va a Madrid. Me dice algo de que ha estado en Barcelona. "Madrid y Barcelona... rivalität, eh?" Yo le sigo el rollo mientras me pregunto si sus servicios incluirán subirme la maleta hasta el 4º sin ascensor que, ya sospecho, me depara el destino.

Llegamos a Basel, Basilea para los no inciados. Y efectivamente: es un 4º sin ascensor lo que los hados han dispuesto para mí y mi cojera los próximos 3 meses. No solo es un 4º sin ascensor: es un 4º de escalera acaracolada a tono con el resto de la maisonette. El muchacho, efectivamente, accede a ayudarme con la maleta. Tras dos pisos, en sus ojos se advierte el arrepentimiento. Pero es muy tarde para echarse atrás. Yo, por si acaso, no le miro.

Arriba me espera la casera. Mi empresa ha dispuesto un paquete de chocolatinas y mantequilla para el primer día. También hay unas sopas de sobre de setas y una bolsa de basura. Esto promete. Y digo yo que las resquebrajadas vigas de madera de la estructura no irán a fallar del todo justo ahora, en los tres meses que voy a estar yo aquí.

lunes, 13 de junio de 2011

En la costa suiza

No está mal del todo. Desde el 27 de marzo sin respirar. Yo, que como el lector habitual sabe me debo a mi público, sé a que me expongo. Me expongo a reprimenda pública y privada. Me han apercibido, de hecho, un total de tres veces. Un total de dos personas. Bastantes menos de las esperadas, añado, así que a ver si nos esforzamos un poco en lo que viene siendo la loa de la que suscribe.

En fin. Qué podría decirles. Podría decirles, para empezar, que me mudo a la costa suiza. Esto ha venido así como sin esperarlo. Me ofrecieron lingotes de oro a cambio de tedius maximus y dije que sí. ¿He hecho bien? Tengo la sensación de que no. Así que me voy a comprobarlo.

El que me acompañaba hubo un tiempo en que se iba a venir conmigo en esta mi aventura gruyère, pero el sufijo pretérito, entiendo, les hará adivinar la siguiente vicisitud de esta mi exposición. Síp. El que me acompañaba ya no me acompaña. Cosas de la vida. Debajo de un teléfono se esconde un tanteo de trabajo, y debajo de un grano de arroz se esconden atroces escalofríos con pelos que no sabías que te estuvieran criando. Y te saltan al mantel y ahí los dos, qué papelón, con ellos mirandonos de frente con sus kalashnikov en ristre, pelúos, y ahora qué hacemos, pues vete tú a saber, habrá que rendirse a la evidencia.
Como El que me acompañaba y yo somos muy civilizados y además nos queremos mucho, hemos seguido eso sí compartiendo paredes un tiempo incierto que no alcanzo a acotar y en fin: ahora mismo tengo en casa cajas correspondientes a tres mudanzas tres: la compartida del verano pasado, la suiza, y la del Barrio de las Ventas. Este último párrafo yo sé que no aporta nada y que a ustedes se la traerá al pairo, pero qué quieren, yo estoy viva y soy humana, demasiado humana. Así que a veces se me viene arriba el baudelaire y de tal forma me manifiesto. Obvien el párrafo, y listo.

Podría contarles más cosas, pero ya tienen bastante sobresalto por hoy. Hay que ahorrar. Que luego igual no se me ocurre qué escribir y a ver qué hago. Volveré en breve -espero- con crónicas de las que a ustedes les gustan, golosones, desde mi retiro fondue.
Pero ustedes no dejen de comentar. Ni de enviar cheques.

domingo, 27 de marzo de 2011

Qué fantástica, fantástica, esta fiesta

Ayer cumplí socialmente 31 años. Un año más (o más bien dos, ya que el año pasado no hubo faustos) nos pusimos las Supremes y yo de punta en blanco para recibir a los asistentes a tan magno evento. A las 20:12 llegó el primero (la primera), y así fueron sucediendose por goteo hasta aproximadamente las 22:00 horas.

El goteo al final fue tipo cateter: cuando me quise dar cuenta, no cabíamos en el salón. Menos mal que no tengo piscina, porque si no, probablemente hubiera acabado encontrandome a Peter Sellers flotando en ella a bordo de un elefante.
Por lo demás, bien, qué les voy a relatar: tomamos alcoholes y no alcoholes a ritmo de Los Chichos, Jinx, Glenn Miller y Rafaella Carrá, y picoteamos comida a ritmo de Fanfare Ciocarlia y Technotronic. Lo normal. Lo que viene siendo matar el tiempo a golpe de carcajada en lo que llega el momento de abrir los presentes que se han ido acumulando en el expositor.

Yo, que soy persona ordenada de caracter pragmático, con el fin de facilitar en la medida de lo posible a mis acólitos la ardua tarea de seleccionar un regalo con el que obtener el salvoconducto que da acceso al esperado guateque, hice llegar puntualmente la siguiente lista de deseos:
-Un pollo de goma
-Unas puertas para una librería
-Unos auriculares de los que rodean la oreja pa acabar metiendose dentro
-Una sesión de cosquillas
-Temporadas a escoger de Las Chicas de Oro o de Modern Family

Bien. He obtenido:
-5 libros
-Un mapa de rasca y gana (vas rascando los países en los que vas estando)
-Una lista de la compra magnética
-Un carro de la compra (¿se pondrían de acuerdo?)
-Dos vales de cosquillas y Un paquete de onanismo completo en un spa
-Dos juegos de cartas
-Todas las temporadas del programa de La Trinca No passa res!, en catalán
-Un vale por la primera temporada de Modern Family (me han hecho saber que, al parecer, solicito objetos que aún no existen)
-NI UN SOLO POLLO DE GOMA. Ni uno solo. Yo, que ya había decidido la alineación exacta en el salón de los siete con los que me iba a juntar. Ni uno solo. Y eso, indicando con pelos y señales dónde adquirirlo. Pues ni uno solo. Cría amigos para esto.

Una media hora antes de tener que abandonar el inmueble sopena de haber de compartir la fiesta con una colección de municipales, se procedió a la entrega de la ya tradicional Cesta de Objetos de la Más Diversa Inutilidad. En esta ocasión no fue una piñata la que decidió el ganador, sino una democrática votación tras concurso de méritos. Así pues, por aclamación popular, la frase más absurda, ridícula y/o estentórea pero con sentido merecedora del galardón fue "Timor Oriental se encuentra al Oriente de Timor Occidental", seguida muy de cerca por "El perro de Gregorio lleva las pulseras de Sara Carbonero". Tras éstas, quedaron clasificadas "La mayoría de las importaciones vienen de fuera del país" (pura apropiación indebida, como supimos después) y "En peores cárceles me he maquillao". Desestimada quedó, por haber prescrito, "Estamos trabajando en ellooouu...". Las demás, quedaron en medio. Dada mi natural inclinación a organizar este concurso con el fin último de librarme de mogollón de chismes absurdos que encuentro por casa, está claro que no podía participar. Pero toda, toda la noche me estuvo dando vueltas en la cabeza una frase que un individuo me entregó hace muchos, muchos años, a la puerta de una boîte, frase impresa en una tarjeta de visita que decía así:
"Si quieres un hijo mío
sonríe
que más vale morir de pie
que dar un paso atrás".
Con lo que hubiera me llevado la cesta, el alcohol sobrante y hasta el horno-microondas.

¿Y qué pasó después? Pues después pasó que entre mi casa y el Morocco empezó un Diez Negritos* por el cual fuimos perdiendo gente, entre cansancios, obligaciones laborales subsiguientes en el tiempo y demás. Pero no passa res, porque al Morocco llegamos los suficientes como para entregarnos con devoción y sin miramientos. Sé que conscientemente me subí al escenario con Sacau a interpretar Sorry I'm a lady del Dúo Baccara, y también al parecer hay fotos que atestiguan que me subí a una especie de tarima después a interpretar Sobreviviré, de la Naranjo, entre otras. Una tiene su lado oscuro, ya ven.

Y en fin. Hoy es otro día. Hago balance de resultados desde una esquina de la mesa, convertida en un cementerio de doritos tex-mex. El parqué, contra pronóstico, ha superado con éxito la prueba. No se aprecian grandes desperfectos. No puedo decir lo mismo de la pared: observo con gran angustia una salerosa mancha enorme a una altura tal que me dice que ahí se ha apoyado un culo durante largo tiempo. Por la situación geostratégica, podría tratarse del de Loiro. Visiono a Loiro con una brocha en la mano que devuelva a su ser a mi pared, recién pintada con estas otras manitas que son las mías. Justo enfrente, aprecio también que a la esquina le falta un trozo de yeso. Joder con la intelectualidá, cuando se pone bruta.

En otro orden de cosas, noto un ligero vaivén del occipital. Lo que algunos llaman "somero sentir de cabeza". Alberto me ha dicho al teléfono que para eso lo mejor es beber agua. Yo, que en estas lides apenas me he movido nunca, decido indagar alrededor en busca de la voz de la experiencia. El que me acompaña es una buena fuente. Observo que abre una sandía. "¿Eso es como beber agua?", le pregunto. "Esto es lo mejor que puedes hacer en estos casos", me informa. Ahora comprendo por qué añadió el viernes la sandía a la lista de la compra.
Se pone a dos manos. Me da un trozo. Es una sandía transgénica que no sabe a ná. Sorry aima leidi... Voy a escribir una tremolina.



*royalties a Carlos el matemático, que la observación fue suya.

lunes, 21 de marzo de 2011

Canciones

Cuando tenía 18 años y el mundo se dio la vuelta, y la belleza era el horror y la noche era el día, Aute me cantaba al oído, a las tres de la mañana, De alguna manera. Y yo dejaba las lágrimas correr para conseguir dormir un poco, y la canción me hacía sentir bien y mal a la vez, me hacía preguntarme cómo había yo dejado que el mundo se diera la vuelta, y a la vez me hacía concebir que en algún momento conseguiría volver a ponerlo patas abajo.

Pasó el tiempo, el mundo se puso efectivamente patas abajo, la noche volvió a ser la noche, el día volvió a ser el día, y yo caminé por las facultades y los países echando nombres a las espalda, nombres que son mi bagaje. Algunas veces ha sonado De alguna manera. Pocas, muy pocas. Y siempre, irremediablemente, me ha parado la actividad cerebral en seco, las más de las veces también la actividad motriz. Pero ha sido sólo para recordarme que no siempre paseé por las facultades y los países coleccionando inminentes recuerdos, y que hubo un tiempo en que el mundo se dio la vuelta. Ha sido un pensamiento feliz, sin embargo, por así decirlo. Ha sido un pensamiento que me ha acunado y, al acabar la canción, me ha dado un abrazo y una palmada en la espalda, siempre acompañado sin embargo por alguna lágrima a destiempo de esas que se esconden en lo más recóndito de la retina esperando su momento.

Hace trece años que tuve dieciocho años. Y hace un momento, mientras hacía una sopa, ha sonado en casa De alguna manera. Y tengo una lágrima colgando. Y una alegría muy grande, enorme, sin embargo.

sábado, 12 de marzo de 2011

No siempre pasa

Ocurre a veces que una especial disposición de los átomos del dormitorio ejerce una influencia imprevista en la envoltura de la noche, y una se despereza con una diferente cadencia en el pestañeo de la que habitualmente anima la mañana. Acto seguido, las piernas que la transportan hacia el baño son más ágiles de lo normal, y allí una, al desnudarse antes de meterse en la ducha, se da de pronto de bruces con el espejo, y se sorprende al percatarse de la redondez de los pechos, la tersura, el arco que describen a ambos lados del costado, la posición central que ocupan en el marco del espejo. Con un amago de sonrisa, se plantea que igual sea verdad que no estén nada mal.

Sucede después que se ducha y es capaz de apreciar cada gota de agua recorriendo la espina dorsal, el aquópolis del final de la espalda, la pugna por ver cuáles siguen el camino natural por el valle en uve, y cuáles se quedan fuera, acariciando dos montañas en su descenso por la ley de la gravedad. Y como éstas, todo el torrente que sale de la cañería por cortesía de Isabel II. Unas van a dar con sus moléculas al lóbulo de la oreja, otras buscan directamente las manos, otras llegan sin ningún objetivo y se defenestran contra el suelo.

Ocurre que al abandonar el baño y la casa, los sentidos continuan especialmente hábiles. Una es sorprendida por el particular olor de su piel, del que rara vez se percata. Es más dulce cuando emerge de los hombros, más salado cuando lo entrega el antebrazo. Y nota también que su mirada es capaz de abarcar más milímetros de pupila de miradas ajenas, más miedos, más cansancios, más rencores, más felicidades que viajan en metro.

Ese día, los átomos se confabulan igualmente para que la casualidad nos sea propicia. Una puede verse en un momento de la tarde tomandose un imprevisible café con un atractivo alemán al que nunca antes ha visto, y que su reflejo nos deje patente que al alemán una le resulte asimismo imprevisible y no le importaría nada tomarse otro café, para ver si al final la va desentrañando. Una puede también recibir un email de Barbara en el que sólo quiere compartir con ella que en estos días inciertos en que vivir es un arte, las palabras que un día una le escribió se yerguen como un machete con el que despejar el horizonte de maleza, y simplemente quiera agradecerle la preciada arma. Y ese mismo día, finalmente, puede una encontrarse observando de lejos la brisa del ruido ajeno, y que una persona a la que admira, inesperadamente, se le acerque para felicitarla por su trabajo, y felicitarla por existir.


Sucede que todo esto, no siempre ocurre. Y cuando ocurre, los poros, el olfato, la mirada, las yemas de los dedos, las sonatas de luna y el ánimo alcanzan una comunión armónica tan indescriptible que es, supongo, lo más cercano a un milagro que mi natural agnóstico pueda concebir.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Berlín

Me fui a vivir a Berlín sin saber nada de ella. De las tres opciones que me ofrecieron, me pareció la menos mala. Tenía cierto olor a vértigo desde mi distancia. Pero la suerte estaba echada y el 8 de octubre de 2003 hice pie en Berlin-Tegel.

La ignorancia me hizo buscar alojamiento en Wilmersdorf, un barrio del Berlín Oeste bajo protectorado inglés tras la guerra, que en la actualidad de mi momento era un puro gueto alemán: no había más que un kebab en mi calle. Desde allí iba al centro a diario, a la facultad de Romanistik de la Humboldt Universität, donde cursaba asignaturas como Literatur und Menschenrechte in Lateinamerika* o Transición, arte pop y movida madrileña, entre otras.

Berlín era un lugar místico donde la franja central que ocupó un muro seguía habitada por trazas de descampados y los estudiantes universitarios tenían más de 30 años y trabajaban. Era un lugar mágico donde los catedráticos no dictaban párrafos de libros, sino que las clases consistían en debatir sobre un tema previamente investigado y presentado por cada alumno. Era un sitio fantástico donde se podía vivir por 200 euros al mes si aprendías a manejar el carbón de tu caldera, y podías entrever aún las migajas que quedaban de la existencia de un mundo repartido en dos formas de hacer lógica. Ossies y wessies. Este y Oeste. Rusos y americanos. Yo tarzán, tú Cheetah.


He estado en Berlín hace unos días. Desde que dejé mi casa de Wilmersdorf, no había vuelto más que a finales de 2006, cuando un tren proveniente de La Haya me depositó, tras 10 horas de viaje, en la estación central de Berlín, una estación que en mi época no existía y en cuyo espacio no había más que un apeadero desafiante frente a un descampado, llamado Lehrter Bahnhof.

He estado en Berlín hace unos días y me ha costado encontrarlo. Las franjas que habitaba el muro fueron colonizadas por un tal Starbucks, y a Mitte y Prenzlauer Berg, antiguos barrios del Este que se caían a cachos y rezumaban estudiantes por cada balcón, les habían salido telefonillos en los portales y tintes de calle Fuencarral. La calle Oranienstrasse de Kreuzberg, donde había que ir sorteando turcos, pipas de girasol y comentarios lascivos hasta llegar a casa de Tobias Pipa, también había sufrido una trasfiguración por la que ni los graffitis habían quedado. Y en la nada de Potsdamer Platz, allá donde una vez hubo un mirador para echar un ojo al Este, se erigían ahora unos modernos edificios en hilera de inmaculado cristal. He acabado, de hecho, haciendo algo que no había hecho nunca mientras viví allí: he acabado yendo a Lichtenberg, el barrio más osteño de Berlín central posible, a buscar la ciudad-concepto en la que yo habité. Cada vez más al Este.

Creo que puedo sobreponerme a todo lo anterior. Pero no contaba con el efecto que iba a producirme que el "Palacio de la República", el Palast der Republik, hubiera sido eliminado de la faz de la tierra. El Palast der Republik, el símbolo por antonomasia de la RDA, su centro de convenciones, de reuniones, su reflejo de poder, la mole de acero, mármol y cristal desde la que Mielke exclamó a su caída ich liebe Euch doch alle, el lugar al que se había de acudir a codearse con Honecker. Este edificio frente a la catedral, junto al canal, se ha esfumado, delete: que nadie ose preguntarse qué es esto que interfiere en los paisajes bismarkianos. Mejor dejamos una nada. Y un aparcamiento.

Qué sensación de orfandad me produce verme sola en la apreciación de los símbolos. En mi defensa de su importancia, en mi negación a moldear la historia. Sola en las preguntas que me nacen con el estímulo, ¿por qué ahora, y no en los 20 años previos? ¿Por qué borrar del mapa cualquier recuerdo de la RDA que no quepa en un museo o en un disneyworld, y no borrar del mapa los campos de concentración hitlerianos? ¿Se debe a que Berlín se está convirtiendo en una ciudad rica, una ciudad europea estándar, con sus manchas marrones en el mapa turístico que indican lo visitable, y sus cadenas hoteleras de importación? ¿O será que Alemania quiere terminar lo que empezó, que no fue más que una asimilación de territorio y no una reunificación, y quiere concluir con este capricho?

En 2o04 entré al Palast der Republik. Compré una entrada para la exposición de los guerreros de terracota que pusieron en el edificio (por lo demás, siempre cerrado). Una vez dentro, esquivando miradas curiosas, salté una de las vallas que acotaban el espacio visitable y cegaban el resto del inmueble al público.
Subí múltiples tramos de escaleras, en las que solían faltar grupos de escalones. Me senté en la sala donde el partido celebraba sus mítines. Miré hacia donde Honecker se erguía para dirigir el destino de las almas de su país, custodiando un elitista compás y un martillo. Paseé por los palcos del hall. Observé los esqueletos de las escaleras mecánicas. Para entonces ya se habían invertido los millones que se inviertieron en desposeerlo de amianto ("para un uso futuro del edificio", se decía), y todo a mi alrededor era gris hormigón y cristales sucios. También encontré una moqueta verde, muchas goteras, y una inesperada pelota de fútbol.


Fue una de las experiencias más plenas que he tenido en mi vida, una de las escasísimas ocasiones en que la historia se me ha brindado desnuda, para que yo la acariciara, la oliera, la arrullara y le hiciera el amor en su más pura intimidad, y la mía. Sin urnas, sin guías, sin carteles en varios idiomas y sin profilaxis, en suma.











...








*Literatura y derechos humanos en Latinoamérica

miércoles, 19 de enero de 2011

Asaltos IV

Mi infancia son recuerdos de un patio de Plaza España, y de un "coño, Lola; Lola, coño" que según mi madre fueron mis primeras palabras, al ser lo que más se oía desde una de las ventanas del referido patio. Los sábados por la noche dormía en la cama grande con mi mamá y los domingos tocaba ir a llevar pan a los patos (lechuga en días señalados) al Campo del Moro. Y estos dos hitos semanales marcaban El Dorado de cada lunes.


En la heladería de la esquina, todos los días sin faltar uno, me regalaban un pequeño cucurucho con su bola y todo, y mi recuerdo está obcecado en ponerle al dependiente la cara del panadero de Barrio Sésamo. Puede que también el nombre, ¿realmente se llamaría Chema?
Yo llevaba el pelo corto y un vestido azul con flores. Los sábados de mañana me sentaba en el salón frente a la tele, y La Bruja Avería me advertía de que si me reía iba a romper la lavadora. Yo, que estaba convencida de que vivía en el tambor de la nuestra, miraba de reojo a la cocina mientras Nani preparaba el desayuno. Nani, que en los recién inaugurados ochenta hacía gala de los pelos de colores que todo postmoderno debía lucir, los mismos pelos de colores de La Bruja Avería, y la lavadora, y La Bruja Avería, y Nani, y La Bruja Avería, y la lavadora, y yo con mi rigor mortis que no me acercaba a la cocina ni muerta de hambre.
A eso de las tres de la tarde venía mi mamá de trabajar y entonces tocaba fiesta mayor, y a veces íbamos al parque y yo le pedía que preguntara a los otros niños si podía jugar con ellos, y ella respondía que tenía que acercarme yo y preguntarselo, "¿o cuando te eches novio también voy a ir yo a preguntarle "oye, quieres ser el novio de mi hija?"". (Qué poco sospechaba ella cómo se iba a arrepentir de aquello, probablemente).


Bajando un poco la calle donde estaba mi casa y pasando el arte y su copia, estaba mi cole. Después de las clases, las mamás solían tomar un café en una plaza cercana mientras nosotros desfogábamos nuestra hiperactividad infantil. Yo era amiga de Marina, que era una niña muy mala que les decía a los otros niños los reyes son los padres y que al parecer estaba un poco loca porque su madre era psicóloga, pero yo no lo sabía. Ni que fuera mala, ni que estuviera loca. Yo vivía encandilada por ella y su colección de figuras de Dragones y Mazmorras. Y también era amiga de Gonzalito, que era uno que una vez me zurró porque no quería ser su novia.


Mi casa tenía una habitación con una lámpara que era un chupete, un tresillo donde me rompí un brazo, y muy poca luz. Era uno de esos pisos interiores que daban a patios del Madrid de mis bisabuelos y cuyo primer contrato de inquilinato se fijó en cien pesetas mensuales.
Vaivenes del azar, después la existencia me llevó a otros lugares, en otras provincias, en otros países. Pero volví cuando los planetas se alinearon para hacerlo, siempre vuelvo. Y en este mismo patio llevo más de una década rehabitando. Sin coños lola pero con bachata, sin tresillo y sin chupete pero con gas natural, y con la misma escasa luz del exterior.


Tengo un problema muy grande. Cual magnolia, cual cardo borriquero, necesito de luz natural para realizar la fotosíntesis. Pero cada vez que me cruza el horizonte la peregrina idea de adquirir un inmueble más luminoso, se me hace un burruño en las entrañas, el páncreas se me parapeta tras la vesícula biliar y los agujeros de la nariz se me dilatan incontrolablemente. Y se me pasean por el occipital a ritmo de videoarte Lola, Marina, el heladero panadero, Gonzalito, Nani, La Bruja Avería, y todos los novios del parque que pude tener y no tuve.

miércoles, 12 de enero de 2011

Pornografía real

El Que Me Acompaña era un tipo gris que todas las mañanas a las 9:14 puntualmente cruzaba la puerta del banco en el que trabajaba en dirección a su cubículo. Allí, rodeado de biombos y armarios que tapiaban hasta el último centímetro cuadrado de ventanal, se entregaba con esmero a la desidia, el hastío y el deseo de una vida mejor, hasta que el reloj indicaba la hora en que era menester volver a cruzar la puerta del banco puntualmente, esta vez en dirección contraria, hacia la libertad. Entre medias, se dispensaba unos minutos cada jornada para compartir conmigo, correo electrónico mediante, sus más valiosos hallazgos: combinaciones inverosímiles de apellidos de clientes ("Había Coca", "Zorrilla de Matilla"...), imposibles celdas de hojas excel ("¿Financia terrorismo? Sí/No"), y tantas otras vicisitudes del mundo financierocontable. Así cada mañana de cada día, hasta que un buen día de esos se le ocurrió cambiar de trabajo, concibiendo incluso la posibilidad de que exisitera un más allá en el que no hubiera que llevar corbata ni pantalones de pinzas.
Varias semanas y entrevistas después, su anhelo se materializó en un nuevo contrato laboral. Sin corbatas y sin pinzas, con horarios flexibles y con comida. Entró a formar parte de la industria del entretenimiento.

Desde entonces, parece menos gris. Habla con freaks de la informática que acuden masivamente a ferias de videojuegos, tiene un total de tres neveras a su disposición donde guardar los tuppers que se lleva de casa (sin necesidad de disimular una neverita de campaña -adquirida entre los compañeros- en el interior de alguna cajonera, porque esté prohibido tenerlas, como en la anterior empresa), y lo más edificante de todo: se sienta junto a una ventana con vistas a la pista de padel del gimnasio de al lado y a un muro de hormigón. Eso es vida.
Al segundo día, le pasaron el primer encargo.
-¿Tú estás en adult, no?
-Eh, phm, sí...
-Hay que arreglar este vídeo, que cuando se lo bajan, no rula bien.
El que me acompaña abre el vídeo. Lleva por título "Jovencita casera se quita las bragas para ti".

Él esto no lo sospechaba. Sabía que iba a lidiar con tonos, politonos y marca 7554 para pacman. Pero de las jovencitas caseras no sabía nada. Se pone manos a la obra con el vídeo. Parece ser que el culete se queda enganchado y ya no baja el resto de la filmación. Pues nada, habrá que solucionarlo...

No he vuelto a saber nada del vídeo (ni de ese, ni de otros). Pero él lleva unos cuantos días paseandose por casa con una corona de cartón que venía con el roscón que trajo mi hermana por Reyes. No sé si tendrá alguna relación. El caso es que él llega a casa, deja las cosas, se cambia de ropa y se instala la corona. ¿Que va al baño? Con la corona. ¿Que entro a la cocina y está recogiendo el lavavajillas? Con la corona. ¿Que estamos cenando? Con la corona. ¿Que nos vamos al sofá a ver la tele? Con la corona. Y parece bien consciente del hecho. Ayer mismo me dijo: "Anda que, ¿te imaginas que llamara ahora a la puerta la del está el príncipe y abro yo?".

Normalmente acostumbra a dejarla en la mesilla por la noche al irse a la cama. Pero el otro día lo sorprendí durmiendo con la corona. Le hice una fotografía que lo atestigua. No voy a compartirla con ustedes. Primero, porque lo deja a la altura del betún. Segundo, porque me la guardo para eventuales negociaciones de divorcio.



lunes, 3 de enero de 2011

Frou Frou

He comenzado el año a ritmo de Camarón y La Violetera, después de acabarlo a golpe de María Dolores Pradera mientras ponía las claras de la bavaroise de turrón a punto de nieve hormigonada, porque no veas tú ozú mi arma lo difícil que es dejar eso tieso hasta que se sujete la cuchara.
Pues sí, me desperté con Camarón, hice las labores del hogar propias de mi sexo y condición, y la tarde la pasé envolviendo regalos mientras en TVE1 echaban La Violetera, protagonizada por esa Beyoncé de los años 60 que era Sarita Montiel. En una era plagada de Twiggies, Audreys Hepburn, Conchitas Velasco y otros cadáveres cinematográficos, da gusto ver a la Montiel interpretando Frou Frou con un caderón que unía Valencia y Mallorca sin necesidad de puente. Y qué voz, y qué guapa, y que elegancia indómita. Mucho Marujita, mucho Carmen Sevilla, mucho Rocío Jurado pero para mí la Saritísima era la más grande. No en vano trabajó con Gueri Cúper y Bar Lancaster, en una época en la que a lo máximo que se podía aspirar por aquí era a protagonizar Nobleza Baturra II. Y para demostrar que eso era triunfar en Jólibu y no lo de la Pé, aquí les dejo el artículo de la wikipedia que trata de su vida amorosa, que no tiene desperdicio (el artículo, no la vida amorosa). Me ha inspirado tanto que, de hecho, estoy por inaugurar una nueva encuesta tremolinera para elegir la frase cumbre del artículo.

Pero a lo que iba: llevo tres días cantando llevelusté señorito, que no vale masquiun reaaal. Y pensado en lo impredecible de la vida. Poco iba a saber Sara en aquella época que Ejpaña se iba a reir de ella por liarse con el único cubano de toda la isla que, no contento con no estar bueno, parecía la reencarnación de El Puma un día de resaca. Y que todo lo que al popolo le viniera a la cabeza al invocarse su nombre sería pero qué passsa, qué invento es eeeeste, en lugar de los habanos de Hemingway. Y es que la vida es impredecible, y nunca llegas a imaginar qué sorpresas te tiene preparadas el destino. Mi amiga Irene se agenció una gata de nombre "Astro". Como no era un nombre, a su juicio, muy femenino, la llamó "Kira" (huelga decir que yo me negué y la seguí llamando Astro). Ahora, un par de años después, han descubierto que no era una gata sino un gato. Sobre el hermafrodismo de los gatos que pueda inducir a sus dueños a dudar de su sexo no me promulgo: soy una ignorante del mundo felino y, tras desechar la estupidez por parte de mi amiga como origen, sólo me queda pensar que algo habrá (o más bien no) entre las patas traseras del bicho que induzca a confusión. Total: que ahora tienen un gato macho al que llaman Kira, que además, en mi opinión, es nombre de drag, laverdá. Lo que no sé es si le sigue haciendo kikis detrás de las orejas.

La vida te da sorpresas. La gata era un gato. Sarita sobrevive pese a sus siete puros diarios. ¿Quién caerá antes, Carmen Sevilla o ella? Mira, otra idea para una encuesta.


(Como despedida, aquí les dejo con Frou Frou y el radio completo de las caderas de la Montiel)