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viernes, 22 de marzo de 2019

Qué es la democracia directa y por qué en realidad no la quieres


Periódicamente leemos pancartas y escuchamos eslóganes que dicen “democracia directa ya!”, u oímos a la gente, quizá incluso a nosotros mismos, decir que deberíamos tener una democracia directa “como en Suiza, donde todo se somete a referéndum y los ciudadanos votan y deciden ellos mismos absolutamente todo”. Esta afirmación, como casi todas las afirmaciones rotundas y absolutas, se cimienta en una profunda ignorancia y un superficial análisis (caso de haberlo) del asunto. Porque la afirmación no es errónea en cuanto a la realidad suiza. La afirmación es errónea en torno al “deberíamos”.

Déjenme que les explique por qué digo estas barbaridades con un ejemplo de democracia directa à la suisse llevado a cabo en un entorno similar al nuestro: el referéndum del Brexit. 
El referéndum del Brexit consiste en un político con inmenso poder viniéndose arriba para afianzar ese poder, lanzando al aire una cuartilla con una simple pregunta a un conjunto de ciudadanos acostumbrados a votar cada cuatro años para elegir, únicamente, a esa(s) persona(s) de inmenso poder. Así que esos ciudadanos acuden parcialmente a votar según lo que les hayan movido las entrañas unos tíos que gritan por la tele u otros, que son a su vez los que quieren acaparar más poder sin que les importe un carajo las consecuencias de lo que está en juego. Como resultado, sale por la mínima que tós p’afuera, y de repente esos ciudadanos se dan de bruces con lo que de verdad significaba esa cuartilla, eso que nadie les había explicado antes, ni ellos se habían molestado en indagar.

Veamos por el contrario en qué consiste e-xac-ta-men-te eso de la democracia directa suiza. De media, existen cuatro ocasiones al año en que los ciudadanos suizos están llamados a votar distintas iniciativas en referéndum. Más de un mes antes, les llegan a casa las papeletas y (atención) un libreto con cada iniciativa explicada, en versión resumen y en versión detalle, así como los argumentos a favor (redactados por los defensores) y en contra (redactados por los que la rechazan), además de (agárrense a la silla) “la recomendación del gobierno”, con su consiguiente explicación, que es (agárrense más fuerte) la que la gente suele seguir en caso de no tener una opinión pronunciada. Amén del libreto, la gente suele debatir con amigos y allegados opiniones y puntos de vista (y debaten, los jodíos, no le convencen al otro a gritos). Estas gentes de enorme experiencia y conciencia democrática introducen para colmo un elemento solidario del que en el resto de Europa no hemos oído hablar jamás, razón por la cual rechazaron iniciativas como ampliar las vacaciones de 4 a 6 semanas (“qué pasa con el pequeño negocio que no se pueda permitir pagar a sus trabajadores esas semanas extra”).

Así que yo sospecho que mientras nosotros, ciudadanos que nos desgañitamos a favor de la democraciadirectaya, no estemos por desarrollar esa conciencia política y democrática, esa responsabilidad que supone un voto, y ese civismo para admitir los resultados de los mismos, casi mejor que no nos lo pongan en las manos (y de la actuación de los profesionales de la política en caso de referendum, mejor ni hablamos). Y a los hechos me remito.