Me dice el periódico de hoy que el parlamento húngaro ha aprobado una ley por la que concede la nacionalidad húngara a todos aquellos humanos que puedan (y quieran) demostrar que tienen antepasados húngaros. Esto viene a entenderse para el mínimamente versado como “todos aquellos ciudadanos de los países limítrofes que con el desmoronamiento de Austria-Hungría fueron a parar a estados ajenos” –y algún argentino despistao, si acaso y añado-.
Me imagino a Orbán, el cabeza del partido Fidesz (nacional cristiano) y actual Primer Ministro, brindando con la abogada Krisztina Morvai, una de las más visibles cabezas del Jobbik, 3ª fuerza parlamentaria en la actualidad y que cuenta entre sus seguidores con innovaciones tales como una organización paramilitar, la Guardia Húngara, que luciendo sus cuidados uniformes es garante del orden y el concierto entre la población magiar.
Al parecer, ni esto ni las reiteradas afirmaciones nacionalistas, antisemitas y antitodo deben hacer pensar en ningún tipo de paralelismo con el Partido Nacional Socialista de Hitler, nos indican los políticos pertenecientes a la mentada formación, que se sienten muy insultados cuando Europa los define como "filofascistas".
La Morvai siempre me produjo un escalofrío velloerizante por la médula, muy parecido al que me produce su antónimo, Tzipi Livni, la hasta el pasado año ministra de Asuntos Exteriores de Israel. Es curioso que sea tan factible confundir a las que entre sí se comerían vivas si tuvieran ocasión. Desde el notable parecido en lo que a imagen se refiere, hasta sus soñadoras ideas de un imperio en el que no se ponga el sol para sus pueblos, tan venidos a menos, por otra parte.
Pero volvamos al tema que nos ocupa: la Gran Hungría soñada por el actual régimen del país. Hm. Parece ser que la nacionalidad no va a dar derecho a cobrar pensiones ni ningún tipo de prestaciones diversas, ni otorgará el derecho al voto. “Pues vaya mierda de nacionalidad”, dejan caer algunos lectores comentaristas en el diario, “que me expliquen para qué sirve”.
Pues veamos. Más allá de la posibilidad o no de que Hungría en el futuro pretenda revisar el contorno de las fronteras en base al principio étnico de autodeterminación de los pueblos, lo cual puede suceder o no, con un resultado favorable o no, y más allá de que también sirva –aunque sobre esto no estoy muy versada- para repartir fondos y votos (los fondos, porque entiendo que en la UE uno de los puntos de corte es la tasa de población nacional de un país; los votos, porque en la sempiterna pendiente reforma que poco a poco va tomando forma, una de las opciones que se baraja es que los votos de los europeos cuenten más o cuenten menos por un país según el número de nacionales con los que cuente), decía, más allá todos esos posibles o no, probables o no, el asunto sirve para algo mucho más inmediato que no es cuestión baladí, maifrén.
Sirve para obtener un pasaporte UE, que no es moco de pavo.
Que se lo pregunten a los macedonios, que desde que Bulgaria entró en la Unión Europea, un alto porcentaje de su población se acordó de golpe de sus familiares transfronterizos y empezó a mover papeles.
Qué harían ustedes, amigos tremolinos, si fueran serbios de la Vojvodina, y, como serbios que son, les hicieran falta los mil y un visados para poder visitar Torremolinos en sus vacaciones (o Copenhague, o París). La Vojvodina, donde incluso todavía se habla húngaro aunque nunca haya mostrado oficiales deseos de independencia, ni siquiera durante los 90 en que tanto se estilaba en la antigua Yugoslavia. Pues ustedes, lógicamente, harían por agenciarse un pasaporte UE. Ya sea para visitar Torremolinos en julio, o para trabajar en Luxemburgo todo el año (por ejemplo). Y qué decir de los ucranianos, a los que también toca la medida, que entre el Guerra y Paz continuo que se tienen montado entre ellos mismos, menudo relajo debe de dar eso de ser ciudadano de la UE. Vamos, yo, desde luego, serbia, macedonia o ucraniana susceptible de agarrarme a la medida, lo tendría claro.
Krisztina Morvai
Tzipi Livni