Efemérides

1 de febrero: Nace Norman Rockwell (1926)

martes, 15 de julio de 2008

Seis grados

Según la teoría de los seis grados de separación, Obama es primo mío. Bueno, a tanto no llegamos, pero sí hay una sola persona que nos separa. Eso de "hay uno que conozco yo que es marido de una que es prima de...". Pues ya ven. Un señor de oscura tez originario del otro lado del mundo, que habla por las teles y dice yes we can, que seguirá bombardeando o no a otros señores de tez no tan oscura, lo tengo ahí a la vuelta de la esquina.

Sin embargo, hay de quien no me separa ningún grado y me figura al otro lado del mundo. Ya no aparecen al doblar la esquina. Será eso que dicen de que vivir es mudar.

Me pregunto a veces que será de las uñas de mi carne. No es que haya tantas diseminadas por el mundo. Aunque quizá sea por eso que las puedo echar tanto en falta.
Las uñas de mi carne aparecen todavía a veces reflejadas en el espejo del baño, mientras me estoy depilando o lavando los dientes o fregando el lavabo, me trepan de repente por la espalda y entonces las veo ahí: a veces viene una, a veces es otra la que visita, reflejadas en el espejo del baño. Las uñas de mi carne se me asoman por el hombro y me saltan al lacrimal. Y ahí se me quedan instaladas unos segundos, justo hasta que empiezan a marcharse, arrastradas por la corriente que las lleva. Soy una sentimental.

Mi madre siempre dice que hice mal naciendo en pleno siglo veinte. Los de mi calaña pertenecemos más bien a algún decenio anterior. Anda preocupada la mujer, preguntándose qué coño pinto yo con un corazón en un hatillo paseándome tan ufana por entre las autopistas del XXI. Dice que a dónde se puede ir a estas alturas con el corazón en la mano. No valéis pa' ná.

Bueno, madre, no se preocupe. Últimamente he ido descubriendo que me hago mayor. Esto se manifiesta en un incipiente descolgamiento del culo de nigeriana que dios me ha dao, amén de tomar consciencia de partes del cuerpo que yo no sabía que existieran (ínfimos músculos que pellizcan, rayitas que impiden deslizar el ailáiner con facilidad, una inauguradora caries en mi hasta ahora inmaculada dentadura).
Pero se manifiesta asimismo en que son cada vez menos las uñas de mi carne que me acechan. O que se me quedan sentaditas en el hombro, a secas, bamboleando las patitas, mientras les cuento: "pues mira, aquí estoy, fregando el lavabo, que las tortugas lo han dejado hecho un asco qué coñazo de bichos blablablá" y luego ya pues se van, dando patadas a las piedras del camino por no haber podido hacer el funambulista un rato por las pestañas.

Imagino que es que la desidia también ha acabado cogiéndome a mí por banda a este respecto. O que, simplemente, me percato más de las uñas de mi carne que llevo puestas. Y las pinto, y las miro, y las exhibo ronroneante. Los viajes a Bosnia. Los viajes en metro. Las visitas a Holanda. Los satélites que unen Canadá, Suiza, Corea y Príncipe Pío.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No sé si llego a la categoría de uña de tu carne pero seguro que a padrastrito benigno o manchita blanca de-falta-de-calcio-dice-mi-madre sí que llego.

Una a estas alturas debe saber que las uñas permanecen a menos que te las extirpen. Aunque te olvides de cuidarlas siguen creciendo hasta que inevitablemente un día debes al menos dedicarles un arreglo de emergencia de cinco minutos. Pero ahí siguen. Es lo que tienen las uñas carnales, que un día se instalaron y no hay manera de olvidarlas porque han acariciado, hurgado, arañado y rascado tarjetas de la suerte contigo. Siempre llega el día que las circunstancias están de enhorabuena y se marcan una manicura francesa por todo lo alto.

Brindo por el día que nos quitemos las cutículas y por la decisión, de una vez por todas, de acercarse a la clínica de estética.