Hace tres semanas tuve ocasión de degustar una experiencia que creía menos probable que la posibilidad de que la Virgen de Lourdes me hablara por boca de Stalin en el salón de mi casa apareciendo por el pasillo, mientras en la tele sonara Dónde estás, corazón.
Y sin embargo, ocurrió. Por obra y gracia de facebook. Fue hacerme la ficha, y que la cosa empezara a localizar a gente del cole, y a localizarme a mí, a su vez. Y una vez en esas, fue cuestión de días montar una pequeña quedada en la que nos viéramos las caras aquellos que habíamos compartido vida y extrarradio hace más de diez, de quince años, y que llevábamos la misma cantidad de ellos sin saber qué habría ocurrido en el acontecer de los otros.
Sucedió el 22 de mayo. Fuimos apareciendo por goteo en la plaza protagonista de nuestras quedadas de antaño. Allí estaban el guapo que ya no lo era tanto, el feo que también había dejado de serlo, la guapa que lo sería siempre, la que siempre fue muy discreta, el que creía pasar desapercibido y lo seguía creyendo… y yo, entre algunos otros, que ignoro lo que fui a ojos ajenos, y más aún lo que soy.
Y por ahí fuimos de tapeo, y estábamos tomando cañas (leré-lereleee) cuando apareció por la puerta un tipo al que al principio no reconocí, hasta que percibí la voz, proveniente de lo alto de su uno noventa y algo. Y eso que lo estaba esperando (de hope, más que de expect).
Era el Pecas, que siempre aborreció que me dirigiera a él como el Pecas. Pero qué quieren, era lo que yo entendía como mi mejor amigo en la infancia, y en esa época el afecto parece no serlo si uno no bautiza con un mote. Mi mejor amigo de la infancia, que se fue diluyendo con los típicos vaivenes del instituto, que se acabó difuminando con el lógico catálogo de novedades de la universidad. Mi mejor amigo de la infancia, que ni vaivenes ni catálogos me hicieron del todo entender por qué nos acabamos desliendo.
Hola Pecas. Cómo estás. Joder, qué guapetón te has puesto. Quiero secuestrarte cinco minutos, diez, tres horas. Tengo mucho que contarte. Y mucho que escucharte. El recuerdo más nítido que de ti conservo es un polo de chocolate al salir de inglés, y una cuesta arriba hasta el ayuntamiento. Sin embargo, no tienes ni idea de lo mucho que has viajado en forma de asalto a la memoria y a la curiosidad. Has estado conmigo sentado a la mesa en mi casa de Holanda, cuando las malas rachas traen la nostalgia a la cotidianeidad, y el fuero interno repasa las raíces de la memoria con el afán de tener claro los referentes en los que se sustenta uno. Has estado conmigo en muchos lugares del mundo, ocupando una fracción de segundo o alguna que otra hora, por alguna anécdota médica o por unos ojos azules, nunca se sabe. También estuviste conmigo cuando volví a Madrid hace casi dos años, aún tambaleante, y olía alrededor y había ruido y había coches y había sol y me preguntaba si alguna vez me atrevería a entrar en la consulta que al parecer habías montado y decirte: “Hola Pecas, ¿sabes quién soy?, ¡¡vamos a tomarnos un café!!”.
Quiero saber cómo estás, qué ha sido de tu vida, si te gusta, qué te guía, qué te desgasta, si anhelas algo, qué te llena los ojos de lágrimas, qué te llena la boca de risas. Quiero saber cómo fue tu universidad, cómo es ahora tu día a día. Quiero saber a dónde has ido, qué lugares has visto, si tu vida también la mides, como yo, por los paisajes, los nombres y los kilómetros acumulados. O si la mides en grados de tranquilidad. O si la mides en francos suizos.
Quiero decirte que siento mucho lo de tu padre. Pero no quiero decirtelo aquí, delante de todos, como si fuera un mero trámite: yo quiero decirte que siento mucho lo de tu padre. Porque en verdad lo siento y el ceño se frunce al pensarlo como se me frunce siempre que se me alteran la mucosa y el ánimo, así que quiero reservar el tiempo necesario de ese secuestro para decirte que siento mucho lo de tu padre, que en verdad lo siento.
Y quiero también echarme una risa y una sonrisa contigo y preguntarme qué hubiera pasado si no nos hubiéramos perdido la pista en el instituto (si es que nos la perdimos), o si no hubiéramos salido corriendo (si es que corrimos), es decir: qué hubiera pasado, en suma, si tú hubieras puesto en barbecho la curiosidad hacia mi persona esa que –también al parecer- te invadía a los 15 años, si yo hubiera sabido hacer entender bien la reciprocidad a mis 17, y ambas hubieran surgido cuando tenían que hacerlo y a la vez. Y vivir y disfrutar ese universo paralelo durante apenas dos minutos escasos. ¿Hubiera yo vivido dando tumbos transfronterizos, como he vivido? ¿Tendrías tú la consulta en la misma calle en la que vives? ¿Nos hubiera durado la conjunción medio polo de chocolate más, o hubieramos comprado polos a nuestros nietos? Vaya uno a saber. Pero quiero ponerlo sobre la mesa en esos ciento veinte segundos, observarlo como se observa a un cachorrillo, y quedarme a gusto por fin.
Y es por todo esto, Pecas, por lo que quiero secuestrarte, y saldar así esa cuenta pendiente que tengo para conmigo.
Sin embargo, no digo nada. Apenas me aproximo a tu persona. Soy una excelente maestra de ceremonias cuando las cosas no me importan en absoluto, que de forma excelente se repliega sobre sí misma hasta parapetarse detrás del bazo cuando las cosas le remueven los higadillos.
Y el caso es que estás ahí, Pecas, y miras hacia abajo desde las coordenadas de tu uno noventa y algo, y te acompaña una tiarrona que mide uno o dos centímetros más que tú de la que no recordamos el nombre salvo que suena a sueco y a la que, ante tal vicisitud, uno de nosotros ha dado en llamar Olaf, y Olaf te dice que si os vais ya, y estamos rodeados de gente, y tú lo único que me has preguntado en los cuarenta segundos que hemos intercambiado alguna palabra es que qué música escucho, y yo me pregunto si sabes quién soy, si te acuerdas de mí, si también querrías secuestrarme aunque sean cinco minutos, aunque sean cinco horas, o si toda el hambre que tengo de comunicación para contigo desde hace ya tantos años está en realidad inspirada por un fantasma.
Y son las dos de la mañana, y Olaf y tú os marcháis, y yo te veo irte. Y ahora sé menos que nunca si tendría sentido entrar un día en tu consulta y exclamar: ““Hola Pecas, ¿sabes quién soy?, ¡¡vamos a tomarnos un café!!”.
Necesito un día finlandés,
necesito un largo día finlandés,
tan largo como 40 días corrientes.
Quiero un largo día finlandés
para seguir hablando contigo;
tus palabras me ayudan mucho.
Te comenté algo del paraíso
y tú me dijiste, ten cuidado con el paraíso
el infierno puede estar allí.
¿Es posible cambiar de vida?
¿Cuántas veces se puede empezar de cero?
Tú eres mi amiga, te quiero.
El cielo de Finlandia siempre es azul
y en verano el sol parece una naranja,
y la luna lo mismo, otra naranja.
Quiero un largo día finlandés
con dos naranjas en el cielo,
quiero seguir hablando contigo.
(Bernardo Atxaga, Canciones XI -Un largo día finlandés-)
El Transmongoliano
Hace 11 años
7 comentarios:
Muy emocionante Doña Tremo, hasta conseguiste sacarme una lagrimita...
Y no te quedes con las ganas de acudir a su consulta. A veces más vale quedarse con una decepcionante certeza, que con el remordimiento de no haber echo las cosas en su momento (y lo dice un experto en el tema)
O
En eso somos diferentes. Yo haría tiempo que habría echado al fantasma, habría entrado en la consulta y habría zanjado el tema.
Igual por eso me quedan tan pocos amigos. Pero son cojonudos oiga.
Ha echo usté que se me revuelvan tripas y sentimientos. Ha desenterrado a todos los Pecas de este mundo de un plumazo...
Bravo (aunque duela).
R
Hubierais tenido medio polo seguramente. Solo nos hacen soñar los que nunca fueron.
Y que bueno, Doña Montse, que bueno, que bueno.
Me gusta esta versión suya. Muchisimo.
Jose
Totalmente de acuerdo con dezaragoza; yo también habria entrado en la consulta. No hay nada peor que la incertidumbre.
De cualquier modo; o mucho me equivoco o todo habria quedado en "el polo de chocolate" cuesta arriba del ayuntamiento y lo digo basandome en que yo, sigo viviendo en la misma población y tengo "oidas" sobre él, su vida y "la Olaf" y creo querida que se te habria quedado "corto" y ha habido y sobretodo, hay cosas mejores.
Besitos tremolineros per tutti.
Quería decir "Ha hecho" con h (que me duele solo de verlo escrito). Pero mi índice se ha debido rebelar...
¿Me hace usté el favor de editármelo, o no puede?
R
Efectivamente, don Anónimo R, el cacharro este no me deja editar.
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