Cuando mi jefe me dijo que se iba, me sentí como el niño al que sus padres dejan con los abuelos en las vacaciones. Como la mujer a la que el marido informa de su inminente divorcio. Como el perrillo al que dejan atado a una papelera en la puerta de la panadería. "Es una broma", le contesté. En las sienes, el latido de su extendido renombre, respeto y admiración en la empresa cabalgándome al galope. "Es una broma". "Tienes la sonrisa tonta de mi madre cuando intenta colar una trola coñera como verdad".
"No, no es una broma. Me voy de la empresa, me voy a esta otra, y me voy a Malasia, a la sazón, por esto, por esto y por esto" -razones que no especifico a sabiendas de la posibilidad real de que algún trabajador de mi sacrosanta corporación lea estas líneas, y con la intención de preservar la intimidad ajena en la medida de lo posible-. "Te ruego que, por el momento, no lo comentes con nadie". Huelgaba decirlo.
Esto fue casi 2 meses antes de hacerse público (en mi empresa, todas y cada una de las cosas tienen un caracter muy discreto por una parte, muy flemático por otra, supongo que por la conjunción de su nacionalidad suiza y la nacionalidad británica de gran parte de los Líderes Supremos que habitan en la máxima jefatura). Salí del despacho. Cerré la puerta. Bajé a la calle. Llamé por teléfono. "Vete aprendiendo alemán, que nos vamos", le dije a El que me acompaña. Y hasta hoy.
El viernes firma el finiquito. Ya hace no obstante una serie de días que aparece y desaparece de forma intermitente. Entre medias, le ha ofrecido mis servicios -excelentes, al parecer- a otro título nobiliario de reciente creación. Más al buen hombre que se queda en su puesto en lo que aquí se denomina "ad interim", esto es: a saborear las mieles de Armani en lo que llega otro al que hayan investido caballero con patria potestad, y ese buen hombre vuelva a la mesita de los niños. Razón por la cual nosotros, currantes de a pie, en lugar de denominarlo "ad interim", lo denominamos "interruptus". "Global Head Interruptus".
En estos dos meses, he pasado por todas las fases esperables. Desde el aydiosmío inicial, al otros días vendrán, y puede que hasta mejores. Entiendo que son las mismas fases por las que pasan los descritos al inicio de la crónica. Los niños descubren que los abuelos los llevan todos los días al zoo, la recién divorciada se pregunta cómo pudo pasar tanto tiempo con semejante garrulo, el perrete encuentra media napolitana que a alguien se le cayó en la calle.
En fin. A mí me da una penita. Es un señor con todos sus defectos y todas sus virtudes con el que he aprendido mucho. Por aprender, he incluso aprendido la versatilidad con la que un nombre ocupa un sitio, y la conveniencia -por ende- de no aplicar escalas afectivas de ningún tipo a los mentados nombres.
Debe de ser esto lo que llaman ser un hombre (o mujer) de empresa.
El Transmongoliano
Hace 11 años
4 comentarios:
Craso error meter emociones en los negocios. Los currelas somos vendedores de trabajo y los compañeros / jefes pueden ser despreciables o admirables pero de ahí a desarrollar emociones a nivel personal... no solo va un trecho sino que se ha de medir tremendamente bien. Gran lección.
Ánimo y a encarar el cambio de la manera más positiva posible.
Saludetes Dña Tremo.
¿Y sin embargo, la descripción de lo experimentada por usté, sita Tremo, no da indicios de algún tipo de relación "emocional" con el jefe saliente?
No estoy de acuerdo pues, señor "dezaragoza". Menos en esta sociedad pasional en la que vivimos. Uno puede tratar de mantenerse al margen, y fingirlo más o menos, pero es inevitable establecer vínculos (personales) aunque sean la lealtad o el desprecio por jefes/compañeros, basadas en percepciones "personales" de acciones "profesionales", al menos desde su punto de vista...
Un apunte, hasta los Corleone, que citaban aquello de "nada personal, solo negocios", montaron la de dios es cristo por el honor de la familia, lo que fue muy malo para el negocio.
A lo que voy es que, en esto como en otras cosas, la teoría nos la sabemos, pero luego la práctica resulta no ser tan fácil sobretodo si tienes que trabajar codo con codo con alguien.
Puede que en mi prosa no me haya expresado bien. Mi último párrafo es irónico. Efectivamente: yo le cogí mucho aprecio a ese señor: porque he aprendido muchas cosas, y porque él me ha permitido aprenderlas. No sé si por interés o por desgana, o por las dos cosas, pero trabajando para él se me han abierto experiencias laborales que no había tenido antes. Y sí: me he sentido "cared for". En un puesto como el mío, que depende en un 97% de lo que ese señor tenga pensado para mi persona, ha sido una suerte experimentar todo esto. Y sentirse una respaldada y valorada, confieso.
Los dos meses pesan, y a todo se acostumbra uno. Incluso al no hay mal que por bien no venga, y, si me apuran, incluso a desear que se produzca ya de una vez la situación :D. Y si: con estas cosas, uno sigue aprendiendo. A lo dicho: la futil de un nombre en un cargo.
No tengo del todo claro que ahora me haya expresado mejor, pero bueno.
No haga usted caso al dezaragoza, doña Tremo. Pasamos en el trabajo un tercio o mas de las horas diarias. Más aún, si solo contamos las horas en que estamos despiertos, las laborales son pácticamente la mitad. Sería lamentable pasar tanto tiempo con los sentimientos enjaulados...
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