Efemérides

1 de febrero: Nace Norman Rockwell (1926)

viernes, 28 de noviembre de 2008

Asaltos (II)

En el vídeo que aparece más abajo, en el artículo "Colaboraciones II", hay un momento en que aparece una mano loca de color azul.
La imagen ha traído al expositor frontal de mi memoria el colegio al que yo acudí a los seis años de edad.

Cuando yo era pequeña, no contaba con hermanos mayores ningunos, así que mi referente eran mis dos primas, que vivían en el piso de arriba y a las que su madre llevaba vestidas igual, pese a sus cuatro años de diferencia. Lo que divertía a mis primas era, sin duda, lo más divertido. Los discos que les traían los Reyes Magos eran discos con los que toda discoteca personal había de contar. Y la ropa que portaban era, huelga decirlo, la que había de marcar tendencia. ¡Menudo júbilo me entraba a mí por las patas cada vez que heredaba algún jersey!
Así que cuando llegó el momento de dejar el preescolar y pasar al cole de mayores, quise ir a un colegio "¡como el de las primas, mami!". Era este un colegio con señoras vestidas de sotana blanca que a primeros de mayo acostumbran a llevarle flores a maría.

Mi madre, que dados los tiempos de su escolarización (y la cercanía del centro educativo para con su domicilio) había tenido el placer de degustar uno de estos colegios -y las monjas, de degustarla a ella, ¡pobres!-, siempre dice que ella ya ha rezado para toda su vida. Y para sus descendientes. Así que no era precisamente partidaria de depositarme en un colegio como el de las primas. Pero yo me empeñé. Y allá me metieron. Más feliz que unas castañuelas.

El curso escolar que pasé en esa escuela está lleno de momentos irrepetibles. Como esa vez que nos castigaron por poner los pies en los radiadores, tratando de secarnos los calcetines por la nevada que había caído. Como cuando en el comedor, una semana a cada mesa, le tocaba secar los platos y vasos de toda la escuela después de comer. Como cuando en el comedor, si alguien echaba algo de la boca, se lo hacían volver a tragar. Como cuando en la clase, sor Inés gritaba a los niños en el oído "¡¡¡cuaderno se escribe con minúuuuuuuuscula!!!", si se equivocaban. Como cuando a mí, que leía muy bien a mis seis años de edad, me exhibían ante el mundo, pasajes en mano, tras la mentada entrega floral. Como cuando a los que no leían tan bien los sentaban atrás del todo en el aula, que costaba más enseñarlos.
Y sobre todo, como cuando llegaron las manos locas al colegio. Y trajeron la revolución. Y sor Inés y sus secuaces, hábito al viento, corrían tras las revuelta popular, tratando de hacerse con las manos locas que tanta marca dejaban en los cristales, y romperlas henchidas de furia ante los ojos de sus legítimos dueños. Pero no hubo forma. La revuelta duró mucho, ya que como toda revuelta de éxito, había conseguido unir a ricos y pobres, tontos y listos, traviesos y obedientes. El poder de la mano loca era mucho.


Antes de acabar ese curso, le dije a mi madre que me llevara a un cole "como el de antes". "Pero si te llevo a un cole como el de antes, ten en cuenta que vas a entrar y no vas a tener amiguitos, ya no vas a estar con tus amigas de aquí", replicó ella. "No importa -contesté yo-, cuando entré en este, tampoco las tenía".

Y así fue como nuestra protagonista pasó un año de su vida, el único, en trato directo con el clero. Me despido pues con una de las conversaciones más gloriosas que recuerdo ahora, tantos años después, en la que con toda la inocencia de mis seis años de edad y mi baby de cuadritos, le pregunte a una monja si estaba casada.
-Hmmm... s,sí.. claro... ¡yo estoy casada con Dios!
-(...)
-(...)
-¿Y no tienen ustedes hijos? -inquirí, mientras mi madre me tiraba de la manga.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Y que perra tenias con lo del cole como el de las primas; y yo me dije: que puede pasar... que acabe de monja de clausura o que escarmiente. Y yo seré muy pesada, pero incapaz de imponer mis criterios a nadie, pensé: pues ala, tu misma decidirás.
Menos de un curso fue suficiente; chica lista, está claro.
Y no sé, si pase más verguenza con lo de los hijos de la monja o el dia que siendo muy pequeña, ibamos en el autobus y en el asiento de delante iba un tio con melena y al volverse y verle la barba empezaste a gritar: anda mamá mira pero si es un señor, es un señor, (yo queria morirme) y anda y que no hablabas claro,como para que hubiera dudas de lo dicho.
La leche !!!! nena.

Ana Victoria dijo...

A ver si te asalta aquel día en que descubriste el ganado ovino por aquellas tierras de la Alcarria. Cuando me lo contaste me hizo muchísima gracia, más que nada porque fue la misma sensación que yo tuve cuando ví por primera vez un tren... Cosas del desarrollo regional de esta España nuestra ;-)