Efemérides

1 de febrero: Nace Norman Rockwell (1926)

viernes, 6 de junio de 2014

Todo cambia

Yo únicamente iba a revisar el correo, como todos los días. El caso es que no sé a qué botón le di, de manera inesperada, en la bandeja de entrada de mi e-mail, pero de repente todos los correos bailaron al compás y, cuando me quise dar cuenta, se habían colocado en el orden inverso al habitual, es decir: de los más antiguos a los más modernos. Y los más antiguos tenían más de una década.

Y la pantalla empezó a ofrecerme un desfile de cadáveres con el que yo no contaba. Algunos nombres ni siquiera los reconocía. Pero otros resucitaban de entre las tinieblas su vivo retrato, y traían consigo el fresco recuerdo de las pasiones y los insomnios que los acompañaron. Si alguien me hubiera dicho en aquellos momentos que más pronto que tarde yo iba a reirme con otras bromas, a encandilarme con otras risas, a llorar por otras penas, y a desvelarme por otras brisas. Me hubiera resultado inconcebible. Como nos resulta siempre.

Esos vivos retratos trajeron a su vez el presente de sus dueños, o, al menos, la evolución de los mismos durante el tiempo que duró el contacto. El alma compulsivamente libre lleva ya cinco años de relación afectiva y dos hijos. Al que la vida se le había dado la vuelta no se arrancó a más de un lejano y formal "hola" en el aeropuerto de Londres, acompañado de la que lo acompañaba en esa vida que se dio la vuelta. Mi uña y mi carne ahora son agradable encuentro en Navidades. Y la horma de mi zapato acabó por convertirse en suela, de pura desidia. Todos han cambiado. Todos son distintos.

Todos son distintos, y yo la primera. Qué absurdo es sorprenderse ante el cambio ajeno, sin percatarse de que uno no es un ser inerte. De que uno muta y evoluciona y se tiñe con los colores que le regala cada ocaso; de que uno es la mezcla casual de todos esos vivos retratos en conjunción con lo que uno aporta. Y de que uno es en cierta medida partícipe de cada cambio.
Porque el alma compulsivamente libre tenía una indecisión enfrente, porque una salió por patas cuando las vidas ajenas se dieron la vuelta, porque yo poca manicura le hice a la uña de mi carne, porque al final me aburrí de tanta desidia ajena.

Y yo cambio y muto y en cierta medida no soy la que era, ni la que fui después, ni la que seré mañana, probablemente. Y a dios gracias, líbranos Señor de los impermeables.





 
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Es raro que no haya un instinto que le avise a uno de que está hablando con alguien por última vez (Antonio Muñoz Molina, en El dueño del secreto)
 
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