Rogelia es pequeña, oxidada, dura; tan dura por fuera, que se diría toda de hierro macizo, que no lleva amortiguadores. Sólo los cristales rotos de su reflector son suaves cual dos escarabajos peloteros. La dejo suelta, y se va a la acera, y acaricia tibiamente con su rueda, empotrándose apenas, el bordillo gris, enorme, de granito... La llamo dulcemente: ¿Rogelia? y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe en no sé qué chirriar ideal...
Con estas reminiscencias juanramonjimenianas comenzaba el email que os hice llegar a muchos de vosotros cuando allá por 2006 y habitando en La Haya me agencié a Rogelia, la primera bicicleta en la que moi depositaba el trasero superados los 6 años de edad. Comprendan que en Holanda, si no tienes bicicleta, eres un don nadie.
En Suiza no es para tanto, pero también se agradece. Y yo, enamorada como estaba y estoy de la omafiets holandesa, que es un velocípedo con freno retropedal y erguida postura de manejo, no podía pensar en otra cosa desde que me vine a Helvetia que en agenciarme a Rogelia Segunda.
Vicisitud: a Rogelia Segunda solo la mercadean en Holanda. Y cuando digo en Holanda, quiero decir en Holanda: los neerlandeses no están dispuestos a enviartela previo pago por interné más allá de sus fronteras. Ya me lo advirtieron mis compañeros de laboro cuando, por mi inminente abandono de la filial española, me regalaron un vale por una omafiets a modo de presente de despedida. "No hay forma de conseguir que la envíen por DHL, correo ordinario o a piezas: hay que conseguirse una mula". Y era cierto.
Así que yo, individuo emprendedor que no teme a los elementos, aproveché la Semana Santa y, blandiendo mi vale por, puse rumbo a Schiphol con el único propósito de traer conmigo a Rogelia Segunda y jurarle amor eterno a las orillas del Rin.
Amanecí en casa de Jesús I el Acostumbrado a las 8:46 am. A las 8:47 ya me había quitado el pijama y a las 9:12 ya me encontraba frente a la puerta cual perrete miccionante que espera que le abran la ídem para dar satisfacción a sus necesidades. A las 9:59 era la viva iamgen de la señora de las rebajas que sale en todos los telediarios del 7 de enero, pero tatuada en la puerta de Halfords en lugar de la de El Corte Inglés. A las 10:02 Rogelia Segunda y yo ya habíamos sellado un vínculo de sangre. A las 10:06 ya le había comprado todos sus complementos. "Puede usté venir a recogerla a las 16:00, que se la preparamos para el viaje". A las 16:00 me encontré a R2 (hay que economizar bites) inserta en una caja cerrada a cal y canto tó lo larga y alta que era.
Consciente de las limitaciones físicas que impone mi constitución y mujer previsora donde las haiga, yo no había acudido sola a la llamada ciclista. Yo había engañuflado a un pobre ser humano con falsas promesas de exóticos canales y bucólicos molinos para que me acompañara a Flandes. Un pobre ser humano que ahora se las veía para transportar la "cómoda cajita en la que te preparan la bici para que te la lleves a tó confort". Un pobre ser humano que ahora pagaba los excesos de una inocencia no reprimida con el paso de los años.
-Yo pa mí que igual no puedo llevarla hasta la casa de Jesús, ¿eh?...
-Pero hombre, si son dos pasos.
-Ya. Yo... no sé... Igual si tiras tú un poco de la parte de delante...
-[Qué nenaza]. Bueno, venga, ya tiro yo un poco. [Hostiascruz lo que pesa esto]. Que digo yo que... es que como tengo que tirar así del revés me tira el tendón y no puedo.
-Ya. Pues... nos va a hacer falta algo con ruedas pa apoyarlo, igual.
-¿Algo con ruedas?
-Sí. O si no, sacamos la bici y la llevamos rodando, la caja aparte.
-[¡Qué dice este insensato! ¡Mancillar los neumáticos de esta manera! ¡Y la hermosa caja donde ha sido depositada con todo el miramiento!] Ya... Bueno... Voy a buscar algo con ruedas, ahora vuelvo.
En una juguetería me hago con "el monopatín más barato que tengan". Lo situo entre la caja y el adoquinado de la calle de las tiendas, calle en la que, me temo, ya nos hemos hecho famosos. Todo va sobre ruedas (¡qué ocurrente soy!) con la clarividente idea. Hasta que descubrimos que la caja se está abriendo por debajo por acción y efecto del monopatín. Mecagüenlalechemerche.
El ser humano y yo empezamos a dsicutir sobre los principios de la física básica y acabamos sacando la bici de la caja. Mientras yo la dirijo como puedo a falta de manillar y teniendo varias bolsas colgando de mi ser tras 6 horas pululando por la calle de las tiendas, el ser humano trata de que el efecto vela producido por la peazocaja al hombro y el perenne viento del norte no pueda más que él y efectivamente lo lleve derechito al canal, viento en popa, como promete.
Alcanzamos por fin la casa de Jesús I. Arregalmos los desperfectos de la caja. Volvemos a situar a Rogelia cómodamente dentro. Volvemos al aeropuerto cuando llega el momento de partir. Me despido con un "hasta luego" de Rogelia mientras veo cómo se la traga la cinta transportadora como si del féretro del abuelo se tratare. Aterrizamos en el aeropuerto de destino. Espero en la sección "equipajes especiales" a mi bici. Mi bici aparece con la caja abierta de par en par, dada la vuelta, y con el manillar atravesado. El horror se aparece en mi cara ante el hecho probado de su violación. La saco, la acaricio, le sobo el lomo, compruebo que no le han producido traumatismos, y le prometo poniendo a dios por testigo que este ultraje no ha de quedar así. Ya vendrán los culpables a la boda de mi hija, ya.
Mi aventura internacional con Rogelia Segunda está a punto de terminar en cuanto averigüe si cabe en el autobús. De lo contrario, me hará falta un plan B que dé respuesta a cómo sofocar los diversos kilómetros que me separan de mi hogar con una bici sin manillar ni pedales insertos, y una maleta llena de bulbos de tulipán. Entre tanto, me acerco a las aduanas. Decido que es el momento de acometerlas por el pasillo "algo que declarar", no vaya a ser que*. El agente, que ve a un ser humano accediendo motu proprio a un lugar al que se accede principalmente con el fin único de apoquinar, no cabe en sí de gozo. Me mira la caja. Me pide los papeles de la adquisición. Es todo sonrisa. Me habla en gabacho. Le contesto en alemán. No le importa, ¡¡¡he entrado a pagar!!! Observo que no controla a ver si además de la bicicleta, llevo en la maleta siete kilos de hachís o semejantes. Por no revisar, ni siquiera mira que eso efectivamebnte sea una bicicleta, y no setenta kilos más pa completar los otros siete de antes. Pago los impuestos suizos. Me piro. Me despide ondeando un pañuelo elíptico en forma de vuelva cuando quiera.
Soy una tía con suerte, porque la bici cabe en el autobús. Lo comprueba el pobre ser humano, que sigue ejerciendo de Hulk cada vez que hay que moverla. El conductor no nos dice nada. A este se la traen al pairo mi caja de bicicleta o mis setenta kilos de hachís. Llegamos al hogar. Al día siguiente, consigo con asesoramiento aborígen montar el manillar. Desde entonces, Rogelia Segunda y yo trotamos cuesta arriba, cuesta abajo -creo a la sazón que no valoré del todo bien este matiz diferencial con La Haya-, Rin arriba y Rin abajo, Ikea arriba e Ikea abajo, por los variopintos paisajes de la ciudad que habito.
El Transmongoliano
Hace 11 años
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