Hoy no ha sido un tren de la renfe lo que se me ha aparecido al cruzar la calle, sino un culo. Concretamente, el mío, a los tres años de edad, recuerdo patrocinado por una nena subida a una suerte de 4x4 que se movía al ritmo de una terrible musiquilla de máquina tragaperras adapatada a la infancia.
Cuando yo tenía unos tres años, estuve malita de vete tú a saber qué. El caso es que mi madre, los lunes, al recogerme del cole, tomaba un autobús diferente del habitual. Al irnos aproximando a la Puerta de Toledo, yo ya intuía que algo desagradable iba a pasar, como los perrillos cuando doblan la esquina camino del veterinario y de pronto se percatan y empiezan a tirar p'atrás como diciendo "¡¡hostia tú, el tostadero!!". Yo ya intuía que algo desagradable iba a pasar, concretamente, que debía de ser lunes y se ceñía sobre mí la sombra del enorme señor de bata blanca que puntualmente me obsequiba con la jeringuilla más grande que el ojo humano hubiera visto en pleno moflete del culo.
Para paliar la pena y que se me secaran los lagrimones que me corrían hasta los sobacos, mi madre intentaba acto seguido comprar mi contento de modo vil, con la alegría en forma de caballito trotante que, a cambio de una moneda de 25 pesetas (que ya era dinero entonces, joé con el jamelgo) te dejaba subirte encima y acariciarle las orejas mientras ibas parriba y pabajo el minuto escaso que duraba el rodeo.
Pero nadie contaba con la astucia, la audacia y la sagacidad que anidaban en lo más recóndito de ese culo en pompa. Y un día, aprovechando un descuido del señor de bata blanca que contaba ya por inercia con el conformismo que me atribuía, nuestra amiga decidió dar el golpe. "Antes ser detenida por escándalo público que morir de rodillas", debí de pensar. Y, sin pensarmelo ni media, me escabullí de las rodillas del matasanos, esquivé las pantorrilas con las que tropecé en la sala de espera, vencí de un salto el escalón de la puerta, y eché a correr calle Toledo abajo, en culo, como jamás nadie vio correr antes a este lado del Manzanares.
Yo corría y corría, mientras detrás, a lo lejos, veía por el rabillo del ojo a mi madre echando el bazo también tras de mí, "¡¡tremolina, tremolina, vuelve aquí ahora mismo!!", agitando en la mano mis bragas mientras sorteaba abuelas y carritos de la compra.
No recuerdo qué paso después. No recuedo cómo se produjo la caza. Supongo que mi memoria ha preferido obviarlo, y quedarse con el heroico gesto de sublevación contra el antibiótico opresor.
2 comentarios:
Aquel dia hubo 2 cabalgadas en el jamelgo (es decir, 50 ptas. de las de entonces) una antes de volver a entrar, tras la caza y captura y la otra al salir; eso si, ya con las bragas puestas. !vaya chantaje¡.
Ah! y a Serbia llevate un paraguas, por aquello del veranillo S. MIguel.
Particularmente haré una propuesta al Señor Gallardón para rebautizar la calle de Toledo.
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