Periódicamente leemos
pancartas y escuchamos eslóganes que dicen “democracia directa ya!”, u oímos a
la gente, quizá incluso a nosotros mismos, decir que deberíamos tener una
democracia directa “como en Suiza, donde todo se somete a referéndum y los
ciudadanos votan y deciden ellos mismos absolutamente todo”. Esta afirmación, como casi todas las afirmaciones rotundas y
absolutas, se cimienta en una profunda ignorancia y un
superficial análisis (caso de haberlo) del asunto. Porque la afirmación no es errónea
en cuanto a la realidad suiza. La afirmación es errónea en torno al “deberíamos”.
Déjenme que les
explique por qué digo estas barbaridades con un ejemplo de democracia directa à la suisse llevado a
cabo en un entorno similar al nuestro: el referéndum del Brexit.
El referéndum
del Brexit consiste en un político con inmenso poder viniéndose arriba para
afianzar ese poder, lanzando al aire una cuartilla con una simple pregunta a un
conjunto de ciudadanos acostumbrados a votar cada cuatro años para elegir,
únicamente, a esa(s) persona(s) de inmenso poder. Así que esos ciudadanos
acuden parcialmente a votar según lo que les hayan movido las entrañas unos
tíos que gritan por la tele u otros, que son a su vez los que quieren acaparar
más poder sin que les importe un carajo las consecuencias de lo que está en
juego. Como resultado, sale por la mínima que tós p’afuera, y de repente esos
ciudadanos se dan de bruces con lo que de verdad significaba esa cuartilla, eso
que nadie les había explicado antes, ni ellos se habían molestado en indagar.
Veamos por el
contrario en qué consiste e-xac-ta-men-te eso de la democracia directa suiza. De
media, existen cuatro ocasiones al año en que los ciudadanos suizos están
llamados a votar distintas iniciativas en referéndum. Más de un mes antes, les
llegan a casa las papeletas y (atención) un libreto con cada iniciativa
explicada, en versión resumen y en versión detalle, así como los argumentos a favor (redactados por los
defensores) y en contra (redactados por los que la rechazan), además de (agárrense a
la silla) “la recomendación del gobierno”, con su consiguiente explicación, que
es (agárrense más fuerte) la que la gente suele seguir en caso de no tener
una opinión pronunciada. Amén del libreto, la gente suele debatir con amigos y
allegados opiniones y puntos de vista (y debaten, los jodíos, no le convencen
al otro a gritos). Estas gentes de enorme experiencia y conciencia democrática
introducen para colmo un elemento solidario del que en el resto de Europa no
hemos oído hablar jamás, razón por la cual rechazaron iniciativas como ampliar
las vacaciones de 4 a 6 semanas (“qué pasa con el pequeño negocio que no se
pueda permitir pagar a sus trabajadores esas semanas extra”).
Así que yo
sospecho que mientras nosotros, ciudadanos que nos desgañitamos a favor de la
democraciadirectaya, no estemos por desarrollar esa conciencia política y
democrática, esa responsabilidad que supone un voto, y ese civismo para admitir
los resultados de los mismos, casi mejor que no nos lo pongan en las manos (y de la actuación de los profesionales de la política en caso de referendum, mejor ni hablamos). Y a
los hechos me remito.