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viernes, 23 de febrero de 2018

El Liberalismo o Por Qué Me Gusta Pagar Impuestos


Voy a cumplir 38 años, si no los he cumplido ya a la publicación de este texto. Voy a cumplir 38 años y en este rato mediante entre las bravuras de juventud y las nóminas a fin de mes, he visto a mis allegados y a mis alejados cambiar de miras en diferentes aspectos, entre ellos, lo que viene a ser el concepto de la propiedad, que es sobre lo que vengo a dirimir aquí.

Hay quienes cambian a lo Jiménez Losantos, y pasan de correr delante de los grises a liderar el fan club de Fraga. Hay quienes cambian más comedidamente, y pasan de las huelgas universitarias de pincho y cafetería a ganar un sueldito que defender con uñas y dientes. Luego hay también quienes no cambian nunca, y esto desde un punto de vista psicológico me resulta más preocupante, por contranatura.

Tengo una amiga que la única vez en su vida que faltó a clase fue para ir a ver pasar por la calle al entonces Príncipe (y siempre me odiará por recordárselo). Luego abrazó más bien el ideal republicano liberalista y, de hecho, acabó militando un tiempo en Ciudadanos. Tengo otros amigos que, sin llegar a tanta efusividad ni al principio ni al final, sí consideran que pagan demasiados impuestos (con la gente con jeta que hay apuntada al paro porque no quieren trabajar, y los que llegan de a saber dónde y tienen derecho al médico que yo pago) y que mejor nos iría si cada cual se preocupara de su ascua y de su sardina (después de todo, pagan un seguro privado aparte y tienen un plan de pensiones igualmente). Muchos de ellos opinan que el que no piensa igual es un idealista desfasao a lo Julio Anguita, alguien que vive en una realidad ajena, o que es simplemente imbécil. También tengo amigos militando en este campo de los idealistas desfasaos surrealistas. Y conocidos militando en el de los imbéciles.

El caso es que cuanto más transito por la vida y más vetustos nos hacemos, más parece imponerse el viejo dicho de que “si a los veinte no eres de izquierdas no tienes corazón, y si a los cuarenta no eres de derechas, no tienes cerebro”. A mí personalmente este análisis me resulta insuficiente, muy cortico de miras. Así que voy a explicar Por Qué A Mí Me Gusta Pagar Impuestos, descerebrada de mí:
  • Me gusta pagar impuestos porque disfruto saliendo a la calle sin pensar que me van a robar el bolso.
  • Me gusta pagar impuestos porque disfruto aún más con la idea de que no me vayan a volar la cabeza para robarme el bolso.
  • Me gusta pagar impuestos porque me agrada acceder a un pueblo perdido con transporte público, y me gusta que haya quien quiera y pueda vivir en ese pueblo perdido: en Madrid y Barcelona ya somos demasiados.
  • Me gusta pagar impuestos porque, si miro alrededor, los países donde menos cabezas vuelan es aquellos en donde se fomenta una educación pública de calidad.
  • Me gusta pagar impuestos porque resulta agradable pensar que si te da un yuyu en plena calle, la ambulancia no va a llamar a tu banco primero a ver si hay parné.
  • Me gusta pagar impuestos porque mis amigas Ana y Nella (entre otros) hacen un trabajo excelente como trabajadoras del Estado, compensando a tantos por encima de ellas que no lo hacen. Y me agrada saber que soy parte de su sueldo.
  • Y por último, me gusta pagar impuestos porque sé que, de no hacerlo, el que ahora abusa de ellos encontraría la forma de joderme igual –o peor-.

Y les juro que ni tengo las paredes forradas con fotos del subcomandante Marcos ni llevo en la muñeca un banderín rojo, gualda y azulón.