He escogido mal momento para emigrar de España, cagüenlaleche, merche. Amanezco cada día últimamente con las noticias internacionales devorándome en forma de nostalgia y envidia, ay, quién pudiera estar allí. Los españoles sí que saben divertirse. Es la vida social de mi querida España lo que se echa de menos cuando uno vive fuera. Ni la paella, ni el sol, ni la playa, ni el precio del whisky: lo que verdaderamente uno echa en falta cuando emigra es esa vida en la calle tan característica nuestra, ese interactuar tan de nobleza baturra con todo el que nos cruzamos (-¡hola!, -¡adiós!), ese gracejo nuestro tan inherente a nosotros. Y como desgraciadamente el "Spain is different" de Fraga se nos ha ido decolorando de a poquitos como se nos decoloró su orgulloso autor hasta quedarse pálido del todo, el Gobierno de la Comunidad Valenciana ha tenido que inaugurar una campaña de medios mucho más contundente y efectista, a fin de que al mundo le quede claro esa socialización a la que me refería más arriba.
Yo casi prefiero Laponia, si les digo la verdad, que una es valiente, pero no kamikaze. Además, en Laponia, como en las restantes zonas nórdicas esas que tanto nos gusta citar a algunos sectores de la sociedad, aparte del trabajo irrechazable sopena de extinción del paro para el que tan concienzudamente he ido cotizando, tendría la opción de que el Estado me diera un préstamo a un escasísimo interés para poder estudiar en la universidad y devolverselo posteriormente. O si en lugar de Finlandia fuera por ejemplo, digamos, Alemania, que en general nos gusta citarla a todos, tendría, además de la flexibilidad laboral que se me demandare, una política que defiende los 3 primeros años de mi maternidad con uñas y dientes, o el famoso Kindergeld, esto es, una asignación mensual a los hijos hasta que éstos trabajaren (no hasta que cumplen los 6 o 18 años de edad, no: hasta que éstos trabajaren ergo fueran independientes, creo recordar que hasta un máximo de 27 años de edad).