Efemérides

1 de febrero: Nace Norman Rockwell (1926)

domingo, 3 de julio de 2011

Basilea, Año 0

Admirados y respetados buscadores del nirvana:

Me dirjo a ustedes en esta mi primera crónica helvética desde tierra extraña, que diría Imperio Argentina. Son en este momento las 08:58 de un domingo y permítanme indicarles que yo, dispuesta como estoy a integrarme con los aborígenes en este mi cantón de adopción, llevo despierta y consciente desde las 06:52. Consecuencias de que Suiza esté en Europa y sin embargo tenga el mismo huso horario entrando por las ventanas que nosotros, los sudacas.

Me encuentro reclinada en lo que será mi sofá durante los próximos 3 meses, en un apartamento abuhardillado resultante de haber mezclado el atrezzo de La Bohème y los muebles que Luis XIV legó a Cáritas. Y eso sí, tengo una terraza muy rebonica por la que doy gracias al cielo de que esos 3 meses de morada vayan a producirse en verano.

Pero permitanme que comience a narrarles mis impresiones desde el principio. El principio es la puerta D54 de la terminal 2 de Barajas y un mísero airbus 319 porque, la verdá, los suizos deben de estimar que mucho neutral a Madrid no ha de volar.

En el aeropuerto, bien. 10 kilos de exceso de equipaje, a 15 euros extra el kilo. Tenganlo en cuenta aquellos que deseen venir a verme. La tía del mostrador se tira el moco ("no voy a hacerle pagar a usted esta pasta"), y me cobra solo la mitad. Qué rebonica, también.

El vuelo, bien. Suiza también tiene pubertosos tardíos con anhelos ibicencos y me han tocado a mí en mi fila. No se dan cuenta los centroeuropeos de que la moda primeros años 30 les hace adquirir aspecto de nazi y no de Gran Gatsby, pero ellos sabrán, con sus flequillos repeinaos.

Al aterrizaren Zurich con mis 15 kilos de exceso ya me percato de que ahí es donde empieza Suiza y de que hay un señor en la puerta con mi nombre escrito en un cartel.
-Hola, soy yo (le digo, mientras señalo el cartel)
-Hola, sígame.
Agarra mi carrito de las maletas y tira hacia algo que ellos llaman servicio de recogida y nosotros denominamos Mercedes de la hostia. Me abre la puerta. Arranca. Hace calor. Hay muchos botones a mi alcance. Seguro que uno es el del aire acondicionado. Pero seguro que otro es el del asiento eyectable. No me arriesgo. Voy a mirar por la ventana con aire ausente.

Bosque bosque bosque bosque bosque bosque bosque bosque bosque montañas bosque montañas bosque bosque bosque ¡atasco!
...
...
...
...
bosque bosque bosque montaña bosque bosque túuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu 1/4 uuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu 1/2 uuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu 3/4 uuuuuuuuuuuuuuuuuuuuunel bosque bosque bosque montaña bosque.

Inexplecable e inesperadamente, de repente el tipo me dirige la palabra. Entre el uno noventa de altura, que feo no es, que entiendo lo que dice, y que me habla, ya no me cabe duda: este tío no es suizo. Este tío es alemán.
Efectivamente, es de Rostock. Me cuenta que lleva 10 años en Basilea. Me habla de que el año que viene va a Madrid. Me dice algo de que ha estado en Barcelona. "Madrid y Barcelona... rivalität, eh?" Yo le sigo el rollo mientras me pregunto si sus servicios incluirán subirme la maleta hasta el 4º sin ascensor que, ya sospecho, me depara el destino.

Llegamos a Basel, Basilea para los no inciados. Y efectivamente: es un 4º sin ascensor lo que los hados han dispuesto para mí y mi cojera los próximos 3 meses. No solo es un 4º sin ascensor: es un 4º de escalera acaracolada a tono con el resto de la maisonette. El muchacho, efectivamente, accede a ayudarme con la maleta. Tras dos pisos, en sus ojos se advierte el arrepentimiento. Pero es muy tarde para echarse atrás. Yo, por si acaso, no le miro.

Arriba me espera la casera. Mi empresa ha dispuesto un paquete de chocolatinas y mantequilla para el primer día. También hay unas sopas de sobre de setas y una bolsa de basura. Esto promete. Y digo yo que las resquebrajadas vigas de madera de la estructura no irán a fallar del todo justo ahora, en los tres meses que voy a estar yo aquí.