Pues sí. Y están aquí del todo. No era suficiente con las botas de neanderthal ni las camisolas de rayas tipo pescadero, no. La prueba irrefutable de que los 80 han vuelto pa quedarse un rato son los bailaores de Break Dance de Príncipe Pío.
Como lo leen, amigos. Hay unos señores que no habían nacido cuando M.C. Hammer ponía de moda los bombachos que, haciendo acopio de valor (e imagino que de escobas) han despejao la mierda de una de las zonas del metro de Príncipe Pío y, tal día como anteayer, estaban ahí dale que te pego al break-dance, rodeados de la más diversa suerte de espectadores. Había incluso un chavalín con cara de moncloa-aravaca al que su progenitora se planteaba desheredar ante la espontánea adhesión de éste al grupo. Pobre mujer. Nadie la había preparado para tal espasmo efervescente en uno de sus vástagos. Ya sabía ella que llevarlo a ver el metro no iba a ser buena idea.
Pero a lo que iba: no es sólo que vuelvan los 80 per se, no. Es que también vuelve el espíritu de los 80, que es todavía más jodiente. "¿Y esto en qué y en cómo se manifiesta?", se preguntará el curioso lector. Pues en el afán de compartir con el prójimo aquellos bienes de los que la tecnología nos ha dotado.
¿Recuerdan ustedes a esos músculos con afroamericano debajo que acostumbraban portar un radiocassette estéreo de doble pletina? Pues eso. Y sabio es el refrán, que dice que otro vendrá que bueno me hará. La doble pletina, por lo menos, lo que es oir, se oía bien. Porque los puñeteros teléfonos móviles que han suplantado por la espalda al radiocassette encima suenan de suicidio. Quisiera aprovechar esta vía que me brinda la modernidad para, por cierto, sugerir la creación de una plataforma pro-tímpano dividida en dos alas: la civil y la penal. La civil estará integrada por hordas de ciudadanos comunes que pongan quejas en la OCU contra las empresas creadoras de móviles con "altavoz". La penal estará formada por grupos de elite que prendan fuego a las citadas empresas.
Pues eso, en fin: que los 80 ya están aquí. Era Nietzsche el que se tiraba el moco con lo del eterno retorno. Desgraciadamente, hemos comprobado que no era moco: era cierto. Y que el ser humano sigue sin aprender de sus errores. Ayseñor.
El Transmongoliano
Hace 11 años